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Nadie duda de que la marca 'Málaga, ciudad de los museos' ha sido un éxito turístico y promocional que ha contribuido, sin duda, a fortalecer ... a la ciudad como destino de millones de visitantes. La inauguración del Museo Picasso y del Centro de Arte Contemporáneo (CAC) en 2003 simbolizaron una aspiración que culminó con la apertura en 2015 del Centre Pompidou y de la Colección del Museo Ruso San Petersburgo –hoy en una preocupante indefinición por la guerra de Ucrania–. Antes, en 2011, abrió sus puertas el Museo Carmen Thyssen y ya se trabajaba en la remodelación del edificio de la Aduana para albergar en 2016 el Museo Provincial de Bellas Artes y el Arqueológico.
La ciudad de Málaga, de la mano del alcalde Paco de la Torre –y es justo reconocerlo–, consiguió aglutinar un escaparate repleto de nombres propios del arte universal: Picasso, Pompidou, Thyssen... Ninguna ciudad en el mundo había conseguido algo similar. A ello había que unir el hecho de que Málaga fuese la ciudad natal de Picasso y de que el CAC arrancó su singladura con los mejores artistas vivos del momento: los hermanos Chapman, Julian Opie, Alex Katz, Anish Kapoor, Wei Wei, Lawrence Weiner, Liam Gillick, Mark Ryden, Gilbert & George, Yoshitomo Nara, Vik Muniz, William Kentridge, Raymond Pettibon, Louise Bourgeois o Gerhard Richter, sin olvidar la visita de Marina Abramovich y las largas colas en el CAC para aclamar a la artista serbia. Quizá aquella noche Málaga se creyó una ciudad cultural en toda regla y quizá lo rozó con la punta de los dedos. Finalmente el tiempo nos dio un golpe de realidad y nos hizo ver que todo fue un bonito espejismo: Málaga era la ciudad de los museos, pero no la ciudad de la cultura. De hecho, el CAC fue languideciendo con un tristísimo final por la desidia de sus gestores.
Nadie duda de la extraordinaria calidad de muchas exposiciones que han traído obras y artistas –especialmente en el Picasso– que nunca Málaga creyó contemplar, como las de Jackson Pollock, Louise Bourgeois, Dennis Hopper, Hilma af Klint o Miquel Barceló. O, más recientemente, las exposiciones del malagueño Javier Calleja y de la colección Abelló en el Centro Fundación Unicaja en el Palacio Episcopal.
Esta constelación de estrellas no puede ocultar, sin embargo, la gran realidad: en todos estos años la ciudad no ha conseguido potenciar, alimentar y cuidar con el mismo interés el tejido cultural y creativo de la ciudad, hasta el punto de que se percibe desde hace tiempo y actualmente cierto desprecio a todo lo que no sean las estrellas rutilantes del firmamento artístico mundial.
La ciudad de Málaga invierte cada año más de 17 millones de euros en sus museos municipales y la Junta de Andalucía más de 7 millones en los suyos –Museo Picasso y Museo de Málaga– unas cifras que, aunque estén justificadas, deberían hacer reflexionar sobre el impacto que más allá del turismo tiene en la cultura.
No dudo de las bondades de este modelo, pero sí de la falta de iniciativas públicas para que toda esta inversión también vaya transformando las estructuras culturales y artísticas de la ciudad. La periferia cultural de la ciudad de los museos necesita atención, pero sobre todo necesita que los gestores culturales públicos se lo crean, hecho que no ha ocurrido ni ocurre, salvo excepciones como La Térmica de la Diputación Provincial o el Contenedor de la UMA. Iniciativas como La Casa Amarilla o Casa Sostoa representan la travesía en el desierto que los creadores y promotores culturales tienen en esta ciudad.
Y sí, la ciudad, si de verdad quiere ser una ciudad cultural, debe dar voz a la contracultura, al disidente, al transgresor, al que no piensa como piensan en la Casona del Parque. De establecer estrategias abiertas, lejos de elitismos, y contar con el tejido local, con los artistas emergentes y con quienes llevan décadas trabajando en proyectos interesantes y poderosos pero desapercibidos para las administraciones.
Sí, quizá sea hora de ampliar el concepto de la 'Málaga de los museos' y apostar de verdad por una Málaga cultural sólida, sensible con los márgenes, transversal y dinámica. A la altura de esta ciudad.
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