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Ahora, con una pulmonía galopante, ha llegado ya el otoño pelón. Todo es el 10-N, aunque lo que sepamos es que los oráculos menos dopados apuntan a que la cosa quedará en tablas. Sí, sabemos que el domingo hará relativamente bueno, que algunos intervalos nubosos apenas enmañarán un cielo que en nada estropearán la fiesta de la democracia.
Votaremos para que todo cambie, con el dictador exhumado, con Cataluña ya hastiada de tener la calle emponzoñada un día sí y al otro también. La democracia por otoño tiene estas rarezas y estos bloqueos presuntos, que llegarán en la mañana del 11, cuando se nos reproche una cosa y la contraria.
Cuando algo -un Gobierno, una quiniela- varía según una digestión, un rictus o una sonrisa, es que le hemos dado a la mercadotécnica la posibilidad de que sea la que nos rija. Pero es lo que tenemos y sería peor vivir en Rusia o en Ohio, por decir dos lugares durillos para vivir y tratar de salir adelante.
Es esta una campaña breve, sí, en la que se ha hablado de lo mismo y se hablará hasta el día de Juicio. Se hablará con cuatro frescas de un Sistema del Bienestar cuya permanencia se podía arreglar con esa cuenta de la vieja que pasa por adelgazar el mamoneo. O se hablará también de la unidad de España, que es la única consagración -y con banderas y con balcones- de que no nos pongamos más zancadillas diferenciales en lo que cae debajo del Ebro.
España tiene esta semana una oportunidad histórica para encontrarse consigo misma cuando los quesitos digan que sí, o que no, o nos digan que depende y otra vez volvamos a lo mismo. Lo mejor es no hacerse mal cuerpo, votar temprano, aprovechar el domingo y saludar a la familia más reñida en un almuerzo en la Carretera de los Montes, con esas calorías que dan la paz y la palabra incluso en las familias más infelices.
Este lunes estará uno en el plató del debate, cortesía de la Academia, para ver qué americanos somos y cómo espectacularizamos la política. Aunque, siendo sinceros, este intruso es más de colarse en rodajes de superproducciones rubias y polacas. En todo caso, veremos cómo huele la democracia y el punto exacto al que puede llegar la cortesía parlamentaria.
España tiene esta semana una oportunidad histórica para pensar qué es lo queremos o repetirnos y condenarnos a vivir en el bucle del 'sinDios' y entre las preguntas condicionadas a la Abogacía del Estado.
Se oye hablar de recesión, de tambores lejanos, de una guerra comercial que amenaza con dejarnos de nuevo a dos velas y con el Cristo en medio. A la presente del otoño se han visto ya los primeros penachos de nieve y las tormentas no nos han quitado sed alguna.
Entramos en una semana trascendental: en una de tantas. A mí de momento me cuelgan dos lagrimones inexplicables.
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