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Es el título y el hilo conductor de un libro de relatos de Raquel Delgado (Valladolid, 1988). A lo largo de sus páginas va hablando ... de eso, de lo que implica ser de fuera. Por ejemplo, cuando llega Navidad: cómo hay que cuadrar días, transportes, hacer maletas… para no pasar en soledad esas fechas –alguna siempre cae que al final no se puede quedar con nadie-. Qué supone vivir lejos de los padres cuando sufren un ataque repentino o necesitan cuidados. Lo difícil que se hace mantener las amistades de siempre cuando distan cientos de kilómetros y pasan decenas de meses sin poder hacer coincidir agendas porque las obligaciones se multiplican y las ganas de verse a veces desaparecen si no hay éxitos que contar sino sólo sinsabores y frustraciones.
Pero ese 'ser de fuera' del libro de Delgado no es sólo físico. No habla únicamente de lo que logísticamente implica haberte mudado a otro sitio a vivir y haberte alejado del que desde siempre era tu entorno. También se ocupa de los desarraigos inmateriales derivados de esa circunstancia: ¿quién se es?, ¿de dónde se es? Ya parece que ni de donde se ha nacido ni de donde se encuentra; eso parece suceder en ocasiones; no se produce esa identificación ni con el ambiente rural del que procede la protagonista que va recorriendo todos los relatos del libro ni con el urbano al que se ha ido a vivir. Aunque los problemas de identidad que presenta la autora no son sólo geográficos o, mejor, ambientales. Tienen que ver además con las etapas de la vida, que también, metafóricamente, son lugares de residencia, formas impuestas de estar en el mundo con las fecha de inicio y de caducidad que marcan los ritos de paso sociales: a veces cuesta verse reflejada en el espejo no ya por las canas o las arrugas sino asumiendo roles como la maternidad, el compromiso de pareja o el cuidado a los progenitores. Puede que una no se encuentre ni en el lugar ni en la etapa de la vida que le toca. A veces pasa. Se cae en un estado de extrañamiento extremo. Y entonces el único remedio disponible es el tirar para adelante sin pensar demasiado. Dejarse llevar por la inercia.
Pero aterricemos. 'Ser de fuera' es un libro que ejerce de imán a quien es y se siente ajeno al terreno que pisa. O a quien le hacen sentir así. Se coge ese volumen, quizás, para buscar comprensión, identificación, respuestas. Málaga es una ciudad acogedora. Lo dicen, para empezar, las cifras: el crecimiento de su población descansa fundamentalmente en la llegada de personas de otros países –como sucede, por otro lado, en toda España-; una de cada tres viviendas la compra un extranjero; es la segunda provincia de España con mayor número de propietarios de casas de origen foráneo; y prácticamente uno de cada cuatro habitantes de la provincia ha nacido en otro país. Y a estas personas hay que sumar las que proceden de otros puntos de España.
Málaga acoge con alegría. Pero la evidencia también habla de otra cosa. Y obviar las manifestaciones de rechazo, resquemor, sospecha… hacia quien no ha nacido aquí supone incurrir en un negacionismo –no tan grave como el del cambio climático, pero negacionismo al fin y al cabo-. Y a partir de aquí viene una hipótesis: la turistificación de muchas áreas de la capital malagueña y de su costa, el sentimiento de usurpación que sufren muchos locales de las que antes eran sus áreas de esparcimiento, el descontrol del uso y disfrute del patrimonio –sobre todo inmobiliario- a favor del visitante, la proliferación de espacios adaptados al gusto foráneo… están favoreciendo actitudes xenófobas (en sentido amplio, dirigidas a personas no malagueñas, pero puede que sí españolas o europeas). No es casualidad que ante cualquier roce en la calle, ante un acento diferente, salga el: «Mira esta que viene de fuera ya quiere gobernarnos a los malagueños».
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