El mejor artículo sobre el Año Nuevo lo escribió el intelectual italiano Antonio Gramsci. A primera vista puede parecer el texto de un 'hater'. Porque precisamente se titula así: 'Odio el Año Nuevo' o, mejor, en su idioma, 'Odio il Capodanno'. Pero en realidad es ... el texto más vitalista, el más sincero, el que de mejor manera invita a mantener la ilusión, a comenzar de nuevo cada día, a darse una nueva oportunidad con cada amanecer: «Cada mañana, cuando me despierto otra vez bajo el manto del cielo, siento que es para mí Año Nuevo. De ahí que odie esos años nuevos de fecha fija que convierten la vida y el espíritu humano en un asunto comercial».
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Gramsci lamenta en ese artículo escrito a principios del siglo XX que nos autoengañemos con la idea de que con el final de un año y el principio del siguiente acaba una historia y comienza otra y que tengamos la tentación de plantearnos buenos propósitos que, indefectiblemente, acaban en despropósitos: no puede ser de otra manera si el autoanálisis no llega hasta cada 31 de diciembre, si el ponerse deberes sólo se realiza esa noche ante la copa de cava o entre uva y uva. Por eso, el plazo que él se marca es más corto: «Cada día quiero echar cuentas conmigo mismo». Desea obligarse a una evaluación continua, diaria, o incluso más exigente: «Cada hora de mi vida quisiera que fuera nueva, aunque ligada a las pasadas».
Por extensión, el artículo del italiano, que murió tras su paso por las cárceles de un dictador, Benito Mussolini, que lo encerró por el gran temor que le tenía debido al largo alcance de su sabiduría y de sus convicciones, es una crítica a los convencionalismos que envuelven los días más señalados del calendario. A ese tratar de enmendar los errores, las malas acciones y los malos gestos de todo el año en apenas dos semanas, o en un puñado de fechas, las fijadas para quedar con los compañeros de trabajo, con los amigos, con los parientes de sangre y con la familia política. Es una sátira contra el estar alegre y celebrar porque así está mandatado y contra el descansar porque así lo marca el almanaque. Él es un rebelde. Y quiere ser radicalmente libre. «Ningún día previamente establecido para el descanso. Las paradas las escojo yo mismo, cuando me sienta borracho de vida intensa y quiera sumergirme en la animalidad para regresar con más vigor», escribe.
Pero este salirse del redil conlleva pagar un precio, el asociado al desarraigo, el que necesariamente tienen que asumir los 'outsiders', los extravagantes, los excéntricos... Que no quiere decir que nuestro Antonio Gramsci lo fuera. Ni tampoco individualista. De hecho, puso en marcha uno de los proyectos más colectivos que pueda haber: además de un partido político, un periódico (L'Unità). Y sí, este oficio, el de hacer diarios, es uno de esos que da la oportunidad, que proporciona el privilegio, de plantearse cada día como si fuera un año nuevo y cada amanecer como otra ocasión para empezar de cero. Cada planillo que ordena las noticias de la jornada para ofrecérselas al día siguiente a los lectores amanece en blanco. Se llena cuando el diario anterior ha dejado de valer. Aunque siempre viene muy bien tirar de hemeroteca.
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