Criminalizar la apología del franquismo: un error

Nunca he ocultado la repugnancia que me provoca la figura de Franco y todo lo que huela a su podrido régimen asesino. Soy de izquierdas, pero mis sentimientos a este respecto serían exactamente los mismos si fuera una persona de derechas: es la frontera entre la decencia (la democracia y los derechos humanos) y lo indecente (la provocación y justificación del dolor ajeno, se vista del color que se vista el verdugo). Dicho lo anterior, considero un error la bienintencionada (pero poco pensada) propuesta de reforma del Código Penal (CP) para tipificar como delito la apología del franquismo, ya que, si finalmente se convierte en ley, podría encontrar el rechazo del Tribunal Constitucional (TC) por implicar una vulneración del derecho a la libertad de expresión. Reitero que defender al franquismo me parece repugnante, pero es un derecho de aquellos que quieran hacerlo: allá ellos con su conciencia, si es que la tienen. El TC (en la misma línea que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos) lo dejó muy claro en la STC 235/2007, relativa al art. 607.2 del CP, y en la que concluye que la conducta consistente en difundir ideas que justifiquen el genocidio solo pueden ser castigadas siempre que tal justificación suponga, aunque sea de forma indirecta, una provocación al genocidio. Por tanto, la admiración pública a Franco y a sus secuaces, cantar el 'Cara al Sol' y otros actos parecidos, guste o no, son ejercicio de la libertad de expresión; sin embargo, incitar a un golpe de estado para enterrar a media España a sangre y fuego si podría ser perseguido con el CP si se reforma en ese sentido.

La defensa de la democracia no pasa por criminalizar los exabruptos de unos mamarrachos facciosos, sino en fortalecer los valores comunes a todo demócrata que se precie de tal (sea de derechas o de izquierdas) y generar el ostracismo político de los extremismos potencialmente violentos. Esta gente existe, censurar sus discursos no es la solución: la respuesta es la educación y el ejemplo. Por la presión de los partidos nacionales alemanes, dimite el presidente de Turingia elegido con los votos de la extrema derecha: este es el ejemplo.