El confinamiento de la solidaridad
CARTA DEL DIRECTOR ·
La pandemia ha recortado drásticamente las vías de ingresos de cientos de centros del tercer sector dedicados a la atención a discapacitados y enfermosCARTA DEL DIRECTOR ·
La pandemia ha recortado drásticamente las vías de ingresos de cientos de centros del tercer sector dedicados a la atención a discapacitados y enfermosAl volver del confinamiento se le había olvidado caminar. Es uno de los muchos efectos que el aislamiento tuvo en algún paciente del centro de la Asociación de Familiares de Personas con Alzhéimer de Málaga. El impacto fue devastador, como cuenta su presidenta, Paloma Ramos, ... en el amplio reportaje de Ana Pérez-Bryan sobre lo que se conoce como el tercer sector, esa extraordinaria red de centros asistenciales en el ámbito de la salud y la accesibilidad en la que se ven comprometidos todo tipo de enfermos y discapacitados.
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El Covid-19 está siendo como un tsunami que arrasa las frágiles estructuras económicas de estos colectivos volcados en la ayuda a los demás, porque el virus también ha confinado la solidaridad, su principal motor económico, y ha complicado las ayudas públicas. La razón es que las limitaciones de movilidad y las propias medidas de seguridad para evitar los contagios han dejado casi a cero la celebración de eventos para la recaudación de fondos y han limitado la participación de cientos de voluntarios, como aquellos que desinteresadamente atienden las tiendas solidarias de Cudeca, Debra y tantas otras. El resultado es que han desaparecido muchísimas vías de ingresos que permitían a estas empresas sociales mantener a sus empleados –médicos, enfermeros, psicólogos, pedagogos...– y sus programas asistenciales.
Basta leer las páginas de este reportaje para intuir el drama que hay detrás de todo esto: familias de enfermos de fibrosis quística absolutamente encerrados y algunos sin medios suficientes; padres de niños con cáncer sin recursos para mantener el tratamiento; personas mayores sitiadas por la soledad; trabajadores de centros de drogodependencia haciendo esfuerzos titánicos para seguir adelante; enfermos mentales alejados de sus rutinas; niños con cáncer sin apenas contacto con el exterior y sin poder desconectar ni un minuto de su enfermedad, y así un largo etcétera a veces invisible entre tanto ruido y tanta velocidad.
El impacto anímico de la pandemia puede ser tan demoledor como el propio virus. Sólo en el Teléfono de la Esperanza se ha incrementado el número de llamadas en un 50 por ciento, y la mayoría de ellas por ansiedad, depresión o soledad. Andrés Olivares insiste sobre ello y en cómo afecta todo este ambiente a los niños enfermos. «Se han estado poniendo tiritas desde el minuto uno; necesitamos volver a la normalidad, sobre todo por ellos», dice.
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Además de todo esto, la contribución desde las administraciones públicas se complica por la falta de agilidad a la hora de destinar fondos extraordinarios. Como bien explica Pérez-Bryan, «salvo en el caso de los conciertos, que gestiona la Junta de Andalucía y que estipula una cantidad fija y estable por cada plaza con la que el colectivo asume su servicio a la Administración pública –por ejemplo, a través de las residencias–, el resto de las ayudas de carácter nacional, autonómico y local son graciables (discrecionales) o sujetas a la concurrencia competitiva, de ahí que no siempre esté garantizado el acceso y, por tanto, la estabilidad presupuestaria. Y eso sin contar con los retrasos en los pagos, una realidad de la que se quejan (casi) todas las asociaciones consultadas».
Ante este panorama sólo cabe una llamada de atención para ponerse en acción y sacar del confinamiento nuestra solidaridad. La sociedad malagueña ha demostrado en numerosas ocasiones su compromiso social –lo ha evidenciado recientemente en la campaña de Cudeca– y responderá seguro a esta llamada de socorro general. Pero esta vez es preciso un trabajo coordinado entre todas las administraciones capaz de detectar las principales necesidades y también de articular herramientas y vías para canalizar la ayuda ciudadana una vez que las fórmulas tradicionales no se pueden llevar a cabo. Porque una de las paradojas de estos meses es que muchas personas quieren ayudar pero no saben bien cómo hacerlo.
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Desde las páginas de SUR pretendemos servir de altavoz y para ello publicamos una representación –podían ser muchas más– de todas esas entidades que trabajan y a las que muchas veces no llegan los servicios asistenciales públicos y sin las cuales el mundo no sólo sería diferente, sino que sería más duro, más triste y más insolidario. Son todas estas personas las que se resisten al abandono, a la soledad y al desamparo de personas y colectivos que necesitan apoyo o, simplemente, una oportunidad. A veces, tan sólo, una mano a la que aferrarse en el momento más difícil.
Cuando uno se enfrenta a esta realidad comprende perfectamente la necesidad de ponerse manos a la obra y de arrimar el hombro para que la pandemia no arrase también a los más desvalidos. Sería un éxito colectivo aglutinar toda la energía para apoyar y respaldar a aquellos que, con tanto esfuerzo y dedicación, mejoran la vida de los que más sufren. Y eso es impagable.
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