VIOLETA NIEBLA
Lunes, 24 de febrero 2025, 01:00
Me lo han pedido demasiadas veces: mándanos el vídeo completo. No un tráiler, no un fragmento, no una descripción de intenciones. Todo. Como si el ... teatro, la poesía, la escena fueran algo que se pudiera embalar en un archivo mp4 y enviarse como prueba de vida.
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Eso es no tener fe. No creer. No creer en el artista. No tener intuición. No tener olfato. A mí, esa forma de programar me parece de inteligencia artificial, de no tener talento. Porque para encontrar talento hay que tenerlo.
Me cuesta entenderlo. ¿Acaso Sarah Kane enviaba VHS con una lectura dramatizada en su cocina? Hay algo en esa exigencia que me resulta profundamente hostil. Como si ya no quedara espacio para la intuición, para el riesgo, para el vértigo de la apuesta. Como si la programación de festivales y teatros se hubiera convertido en un trámite administrativo: sin vídeo completo, no hay interés.
Pero el teatro es otra cosa. Y si se graba en vídeo pierde toda la magia y la fuerza. Pierde la esencia. Un texto, una conversación, incluso un concepto con una explicación deberían bastar para que alguien con ojo y criterio pueda imaginar lo que aún no está del todo hecho. Antes confiábamos más. O quizá confiábamos mejor.
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Me pregunto en qué momento nos volvimos tan precavidas. Tan desconfiadas. Tal vez cuando empezamos a necesitar garantías de cada movimiento. Ahora se programa como quien compra un electrodoméstico, mirando reseñas, comprobando que todo funcione antes de enchufarlo. Pero las obras no son lavadoras. Las obras están vivas y no hay dos bolos iguales.
Pienso en las piezas que más me han emocionado y en cómo muchas de ellas jamás hubieran pasado el filtro de la burocracia audiovisual. Piezas sin grandes medios, sin posibilidad de grabación decente, sin más carta de presentación que la palabra de alguien que había estado allí, que la había visto y que aseguraba: esto hay que programarlo.
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La programación debería parecerse más a eso: a la fe, a la intuición. A la confianza en que hay artistas capaces de hacer algo importante aunque no tengan los medios para empaquetarlo en un vídeo en Full HD. O aunque sí los tengan, hay obras que sencillamente es inútil grabar, no funcionan en vídeo o mejor aún, la obra todavía no existe porque está en proceso.
No lo digo por nostalgia, sino por urgencia. Porque si dejamos que la desconfianza rija nuestros criterios, solo programaremos lo que ya viene probado, lo que ya ha circulado, lo que ya ha encontrado una manera impecable de presentarse. Y entonces nos perderemos todo lo demás: lo que aún no tiene forma del todo, lo que está en el filo, lo que no se puede explicar pero que, cuando lo ves, sabes que está haciendo historia, que va a tener camino y que tú has sido la primera en apostar. Si de verdad queremos cuidar el teatro, la poesía, la escena, tenemos que dejar de exigir pruebas y volver a asumir riesgos. Volver a confiar en nuestro instinto.
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