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VIOLETA NIEBLA
Lunes, 17 de marzo 2025, 01:00
Decía Manuel Alcántara que el primer mandamiento de un articulista es no aburrir. Escribo esta frase y visualizo vuestros bostezos. Esto lo he leído en ... un texto de Lalia González-Santiago.
Tenía un libro en la estantería de esos que me regalan y los coloco sin abrir, y dije, mira, voy a echarle un ojo. Es curioso cómo los libros, esos objetos que solemos colocar en nuestras estanterías, tienen el poder de desvelar algo más que lo que está escrito en sus páginas.
A Lalia le parece que para escribir, primero tienes que tener algo que decir. Estoy de acuerdo, pero, ¿y si lo tienes, pero no lo quieres decir? A mí me pasa a veces aquí. He estado muchas veces a punto de llamar a Manuel, no a Alcántara, que en paz descanse, al otro, al director del periódico, para decirle: «Ya no puedo más.» Como quien se pone delante de un monitor de crossfit a suplicarle que no le pida más flexiones. Nunca he estado en crossfit, pero me lo imagino. Algo así.
Es difícil mantener el tipo, hacer como que no pasa nada. Hay días flojísimos, días que escribes estando mala, estando en un tren, en un bar rodeada de gente o triste y sin ganas de contarle nada a nadie. Estas columnas son así, llevan consigo el velo de la inmediatez de una persona autónoma, como casi todo ahora en la vida.
El sábado, en mi taller, una alumna nos descubrió el trabajo de Roberto Equisoáin, un artista que había visto en la sección literaria de ARCO. Equisoáin no solo juega con el formato físico del libro, sino que lo transforma en un espacio de reflexión, un objeto que dialoga con la memoria y el significado. Sus trabajos no se limitan a la lectura tradicional, sino que proponen una relectura visual que nos invita a repensar nuestra relación con lo cotidiano.
Nos mostró la reproducción de un libro cuyo interior estaba completamente borroso. Otro se desvanecía a medida que pasaban las páginas. Esto me hizo pensar en lo que a veces siento al escribir aquí, en esta columna. O cuando, a pesar de tener algo que contar, las palabras no fluyen como esperabas.
El trabajo de Equisoáin me recuerda que lo que importa no es solo lo que escribimos, sino cómo decidimos que el mensaje llegue a otro. Tal vez, en el fondo, todos los textos son como esos libros de Equisoáin: algo que hay que descubrir, reinterpretar y, sobre todo, darle el tiempo y espacio necesario para que cada quien lo viva a su manera.
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