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El colapso de la Educación
CARTA DEL DIRECTOR ·
Sólo la tranquilidad que suelen aportar los niños puede salvarnos del estado de excitación de padres y políticos en esta vuelta al cole inéditaSecciones
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CARTA DEL DIRECTOR ·
Sólo la tranquilidad que suelen aportar los niños puede salvarnos del estado de excitación de padres y políticos en esta vuelta al cole inéditaEste país está sumido en un frenético estado de excitación, en el que se combinan momentos de nervios, enfados, indignación, frustración y miedo. Este cóctel provoca que las relaciones sociales sean a veces complejas y deriven en discusiones y enfrentamientos. Basta asistir a una sesión del Congreso de los Diputados para certificar este nivel de irascibilidad, acrecentado no sólo por una clase política dedicada permanentemente a la confrontación sino también por el estrés informativo de algunos medios que parecen también instalados en el combate permanente de un bando contra otro.
La vuelta al cole se vivió en los días previos con bastante ansiedad por parte de los políticos y, sobre todo, de los padres. Proliferaron grupos de WhatsApp en los que se percibía una extraordinaria intranquilidad de los adultos y una paciencia infinita de los centros escolares y sus profesores. Como llegó a comentar el exconcejal Curro Flores, «más que vuelta (al cole) parece una revuelta». Menos mal que, como ocurre tantas veces, los niños pusieron la cordura y aportaron calma. Aún es pronto para saber cómo se desarrollará el comienzo del curso escolar y si volverán a cerrarse las aulas, pero quizá es preciso advertir que en una comunidad integrada en Málaga por 151.199 escolares (3.200 menos que en 2019), 11.031 docentes (600 más que en 2019, de los que 378 son de refuerzo por el Covid) y miles de trabajadores indirectos (transporte escolar, cocina, reparto, extraescolares, limpieza, etc.) es absolutamente lógico que haya problemas, imprevistos, contagios y una amplia casuística que será preciso abordar como excepciones y nunca como generalidades. Siempre y cuando, claro, se quiera aportar tranquilidad. Aquí, lo importante, son los niños y eso debe inspirar cualquier comportamiento y gestión.
Ocurre, como se viene constatando de forma interesada durante toda la pandemia, que las cifras se utilizan de forma interesada para tergiversar la realidad. Cualquier matemático se llevaría la manos a la cabeza al ver el escaso rigor en la utilización de las mismas. Un dato por sí mismo es irrelevante si no se puede comparar y analizar en términos relativos. Por ejemplo, dos colegios no pudieron abrir sus puertas y 41 comedores no podrán ofrecer servicio en dos semanas por la quiebra de la empresa concesionaria. Así dicho puede parecer mucho o poco. Realmente son dos colegios y 41 comedores de los 469 centros de la provincia. Así ya podemos hacernos una idea un poco más concreta.
La presión a la que se han sometido a los profesores y directivos ha sido desproporcionada y debería hacernos reflexionar, teniendo en cuenta además que se enfrentan como docentes y como personas a una realidad nueva, desconocida e imprevisible. En mi caso, el colegio nos explicó por videoconferencia a los padres todo el protocolo Covid-19 y la realidad es que demuestra un trabajo y dedicación elogiable. Diría que casi imposible de cumplir por niños pequeños. Y ahora les queda lo más difícil, por lo que sería recomendable que escucharan más apoyos que reproches. ¿Significa esto que la Consejería de Educación, la Junta de Andalucía y el propio Gobierno lo han hecho bien? Pues no. Se podría haber hecho mejor, con más planificación y más medios. Con más colaboración, con más trabajo en equipo.
Pero es preciso, y con la Sanidad ocurre algo similar, llamar la atención sobre un hecho: el sistema en España no funciona bien. Se ha construido una estructura política, sindical y de gestión tan compleja que es casi imposible cambiar las cosas, los procesos y los enfoques. Casi todo funciona por inercia y en muchas ocasiones gracias al empeño particular de profesores, médicos, etc.
Los informáticos suelen decir que el mayor problema de una web es que toda la tarea de programación (lo que no se ve pero que hace que las cosas funcionen) se haya hecho por partes, con diferentes criterios, con programadores diferentes, etc. En esos casos, dicen, el problema es enorme y lo ideal sería empezar de cero para poder limpiar la programación. Pues eso es lo que ha pasado con la Educación en la historia reciente de España. Se ha programado a lo loco y con intereses diversos. En la etapa democrática, tras la Ley General de Educación de 1970 en la dictadura franquista, la Educación española ha tenido seis leyes orgánicas: LOECE (1980), LODE (1985), LOGSE (1990), LOCE (2002), LOE (2006) y LOMCE (2013). Y todas ellas el albur de los vaivenes políticos, gubernamentales e ideológicos. Y todo ello sin contar la gestión, a veces puro adoctrinamiento, en las diferentes comunidades autónomas. Cataluña es el mejor ejemplo. Con todo ello, la programación educativa en España es un auténtico desastre y cualquier empeño en introducir cambios está abocado al fracaso. Y de esos barros, estos lodos.
La Educación está sometida a dos fuerzas: la política y la sindical, que construyen un armazón hermético que imposibilita avances y cambios. Y eso, guste o no, es la pura realidad.
Esta pandemia nos ha puesto como sociedad ante nuestro espejo y nos ha permitido comprobar grandes defectos. Por supuesto que hay cosas buenas en la Educación y la Sanidad, pero su estructura está absolutamente fracasada. Y en la Universidad y en otros muchos sectores ocurre igual.
La Educación debería ser un bien común y general que estuviera al margen de delirios políticos y que aunara los esfuerzos de todos. Y eso que parece tan obvio resulta imposible en este país.
No sabemos qué pasará en este curso escolar y cuál será el impacto de la Covid-19, pero al menos deberíamos empezar por aislar la Educación del frentismo político e ideológico, de la guerra de bandos. Sobre todo porque en casi todas, por no decir en todas, las polémicas relacionadas con la Educación priman intereses que nada tienen que ver con ni con la mejora del sistema educativo ni con la protección de la formación de los escolares. Es de tanto calado la reforma que necesita la Educación en España que a uno le parece imposible. Y eso es lo más triste.
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