Cohetes y tartanas

LUIS UTRILLA NAVARRO. PRESIDENTE PROVINCIAL DE CRUZ ROJA

Domingo, 2 de febrero 2025, 01:00

Venimos escuchando en los últimos meses el símil entre el crecimiento económico y el movimiento de los cohetes. Me imagino que dicha comparación quiere referirse a la velocidad con la que se desplazan estas aeronaves, sin considerar otros aspectos técnicos, como el hecho de que ... sean unos de los pocos vehículos aéreos que se desintegran en el transcurso de su propio vuelo, algo que podría dar un nuevo matiz al símil del crecimiento económico.

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No dudo de la importancia de los dígitos que marcan el crecimiento económico de los últimos años, pero no estaría de más recordar que tasas similares de crecimiento nos llevaron a la crisis financiera de 2008, en la que la codicia de unos pocos nos arrastró, a todos, a niveles de pobreza que todavía no hemos superado. Que la 'riqueza' es hoy mayor que en 2020 es algo evidente, pero, si bien al abrigo del crecimiento económico de los últimos años unos pocos han cambiado el automóvil por el avión privado, unos muchos se han visto obligados a transmutar su viejo coche utilitario por la tartana de sus abuelos.

La raíz del problema bien puede resumirse en un único sustantivo: desigualdad. Y lo que es más doloroso, una desigualdad impulsada y sostenida por el propio crecimiento económico. Algo que tampoco es nada nuevo. Es obvio que las élites sociales han controlado la producción y distribución de bienes desde hace miles de años, y que su reparto ha sido, y es, fruto del sistema social y político establecido.

Pero, si bien la desigualdad económica es quizás la más notoria de las desigualdades, cada día cobran mayor fuerza las desigualdades derivadas de la discriminación sexual, la desigualdad educativa, la desigualdad generacional, étnica, habitacional, geográfica y un largo etcétera. Una verdadera involución de los grandes avances alcanzados en el último siglo. A todo ello hay que añadir los efectos que los nuevos parámetros de globalización, internacionalización o deslocalización que se han incorporado a los procesos productivos, económicos y sociales, inducen en el incremento de dichas desigualdades.

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Con estas nuevas premisas, son muchos los responsables políticos, empresariales e institucionales que se guían en sus análisis por las grandes cifras macroeconómicas, en las que las desigualdades quedan laminadas por una cuestión meramente estadística. Ni siquiera los tradicionales índices estatales, regionales, provinciales o per cápita nos sirven ya para calibrar la verdadera realidad social. La macroeconomía que se mueve como un cohete hace tiempo dejó de ser un reflejo de las microeconomías que se desplazan en tartana. Es, por lo tanto, urgente contar con indicadores diferenciados que recojan la problemática de los ciudadanos de a pie.

Los trabajadores pobres superan ya el 10% del conjunto de personas que, contando con un trabajo legal y reglado a tiempo completo, se encuentran por debajo del umbral de la pobreza. Desafortunadamente la formación también ha dejado de ser un elemento clave en la lucha contra la desigualdad. Más de un 90% de los españoles han superado el nivel formativo de la enseñanza obligatoria, y más de un 30% cuentan con titulación universitaria, algo que sin embargo no les permite acceder a puestos suficientemente remunerados para atender un principio tan básico como el alquiler o compra de una vivienda digna.

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La brecha entre las comunidades rurales y urbanas, que generó en los años setenta del siglo pasado una de sus mayores tasas de migración, ha vuelto a incrementarse en los últimos años. A pesar de las buenas intenciones del Tratado de Lisboa, de las cacareadas políticas de equilibrio regional europeo, de los programas medioambientalistas, y, sobre todo, a pesar de contar con herramientas más que suficientes para permitir mejorar las condiciones laborales y sociales de los ámbitos rurales, estos se ven abandonados a su suerte. Y así, mientras que el Producto Interior Bruto, PIB, de la provincia viene creciendo en los últimos años por encima de la media nacional, el PIB per cápita viene cayendo en la última década, hasta situar a la provincia a la cola en España.

Un reflejo de lo anterior es constatar que el índice de pobreza en la provincia sigue creciendo, y supera ya el 34% del conjunto de la población, es decir, más de 600.000 personas. No resulta difícil deducir que estos datos son fruto de una desigualdad creciente que socava, poco a poco, el estado de bienestar de los ciudadanos malagueños. El establecimiento de políticas de equidad para reducir la desigualdad es posible sin esperar a que dichas políticas sean fruto de enfrentamientos sociales como los derivados del movimiento Black Live Matter norteamericano o el de los 'chalecos amarillos' franceses.

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De paso, no estaría de más alejar de los discursos públicos la euforia por los crecimientos estadísticos de unos u otros parámetros macroeconómicos, y poner la lupa en la microeconomía que configura los problemas de los ciudadanos que se desplazan en tartana, porque el desarrollo sólo es posible si conlleva la desaparición de las desigualdades. De no hacerlo, volveremos a caer en la trampa de confundir crecimiento con desarrollo.

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