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No hace mucho que me detuve al principio de calle Salinas a contemplar cómo la torre de la Catedral surge por encima de sus fachadas. ... Mirando a lo alto pasé un rato, sin reparar que muchos paraban para mirar donde yo miraba. Si pongo una gorra en el suelo igual me llueven monedas. No estamos curados de espanto, los pocos que hoy en el Centro no somos turistas, somos paisaje.
Un ejército de ruedines va tomando posiciones en nuevos barrios, semana a semana, calle a calle. La ciudad que queda, no sueña. Es La nada que avanza de la historia interminable. Los restaurantes ponen manteles a las siete de la tarde, aunque los relojes a esa hora, marquen centígrados más allá de treinta. Nos llega música a trozos de todo tipo mientras andamos. Pedazos de melodías, del fandango al tango, saltan de un lado a otro a nuestro paso.
En la Ersilia de Italo Calvino, sus habitantes soltaban hilos por sus calles según hacían sus recorridos diarios, con distintos colores según dónde fueran. Cada habitante enlazaba su casa a diario con una tienda, cada casa con otra casa, o con un trabajo. El colorido de cada calle era más rico cuanta más gente se moviera de sus casas, cuanto más visitada fuera su calle desde otros barrios. Esos hilos también se soltaban aquí. Invisibles entre casas y farmacias, entre niños y tiendas de zapatos, entre Lagunillas y Muelle Heredia, entre Victoria y el Perchel, entre el Perchel y la Carretera de Cádiz... De Carretería a la Malagueta y ahora tambien de Heredia a Huelin se van retirando gentes. No se trenzan nuevos hilos entre casas, se rompen lazos, se van deshaciendo lugares.
Hubo un tiempo que a las ciudades viajaban personas. Personas que querían perderse en ellas, confundirse con sus gentes. Trazar con sus propios pies los pasos de aquéllas para así poder descubrir y entender sus lugares. Salían y buscaban cosas, como hacía Muñoz Molina en Granada, Umbral por Madrid o Lorca en la Gran Manzana. Pasaban desapercibidos, andaban como quien piensa. Para encontrar es necesario saber perderse. Para sentir una ciudad hay que irse a trabajar en ella y después abandonarse solo.
Nunca más volveremos a la Málaga que fue, ni a la literata de las tertulias ni a la Victoriana de los Baños del Carmen. Ni a las noches ochenteras de Pedregalejo de música en bares entre interiores con billar y patio con estrellas.
Frente a esta ciudad en tránsito que padecemos, hay una ciudad posible. Hay una Málaga que no es virtual sino potencial. Hay una nueva ciudad detrás de cada malagueño que quiera volver a los espacios de antes y habitarlos a la manera de este otro tiempo de delante. La ciudad siempre se reinventa, si la habitamos. Haciendo como veíamos hacer: perdiendo el tiempo, buscando amigos, refundando esquinas para un encuentro, colonizando terrazas, sin abandonar el barco, sin perder el rumbo... hay una Málaga posible por venir desde nuestros sueños.
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