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El mar y el cielo

Que la ciudad sea manquita es un guiño de la Historia; que quiera ser chata, un error histórico

Lunes, 17 de febrero 2020, 07:47

Hay que pensar la ciudad en vertical. Hay que ver su frente marítimo, cuando los cruceristas saben que el Paraíso es hacendoso, que es seguro... que hay una forma de vivir y de trabajar a la orilla del mar o de lo que, técnicamente, llaman la lámina de agua. Digo todo esto por el proyecto de edificar el Muelle Heredia como un Silicon Valley ribereño.

Las ciudades invisibles están bien para un libro de Italo Calvino o para los grabados ruinosos de Gustavo Doré. Pero pasa que la urbe es un mundo, que Dios y Aleixandre la premiaron con calostros edénicos y, contra eso, hay poco que hacer.

Veo las infografías y no me disgusta que la ciudad se expanda en alto y en ancho hasta lo que hoy es un solarón donde sólo atracan los sueños, los mercantes y los del gambón congelado. Es verdad que se tapará visión del mar, pero es verdad, también, que compensa que en el antiguo barrio canallita hoy haya un continuo hacia el agua y hacia el futuro.

Los que quieren ver polémica en la verticalidad, ay, quizá añoraran una Málaga sin catedral, barracones en Puerta Oscura y por ahí seguido. Sin embargo, hace ya más de una década se apostó por reconquistar la mar para los malagueños y se nos impuso consistorialmente que fuéramos expertos en Arte: un sueño disparatado que, hoy por hoy, nos ha puesto en cabeza del Mediterráneo leal y español.

Estamos, de nuevo, ante este momento en que hay que apostar por el futuro, cuando los debates estériles y rancios más daños nos pueden hacer. Lo que ha pasado con el Mobile en Barcelona tiene poco que ver, o mucho que ver, y de los errores de la Ciudad Condal hay que aprender con picardía. La lección está clara: ponerle trabas al avance acaba saliendo caro.

Yo aún recuerdo un librito de Historia del Puerto en la que un monigote simpático nos llevaba desde los fenicios hasta un futuro con fuegos artificiales: se intuían los hierros blancos del Palmeral de las Sorpresas y había algo poético en ese cómic que decía que el Puerto era más que un espigón donde vendían chicles en una camioneta: aquellos días de febrero en que nos ponían una sopa de tiburón en el Club de Botes y los inviernos no eran tan templados.

Las circunstancias son las que son. A una capital mundial del Turismo hay que sostenerla, también, con un World Sky Center con jardines, crooners que cantan al sol y que son el sello del cosmopolitismo de esta ciudad. Las ciudades que quieren ser postales, aunque le duela a la prosa donostiarra de Dani Ramírez, quedan encerradas en la nada.

Que la ciudad sea manquita es un guiño de la Historia; que sea chata, un error histórico.

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