Chiquito, estatua y amor
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Quiero que esta columna se funda en bronce. Como los papeles de la Plaza de la ConstituciónChiquito fue viral cuando había que ser viral, y no como el tal Tangana (ídolo de jóvenes sin lecturas) o como los odiadores asquerosos de ... Andrea Levy. Chiquito era lo más nuestro y de ahí lo triste de que sea noticia que se le haga una estatua cuando, entre otras cosas, habría que recordarlo todos los días en el Chinitas, todos los Lunes Santos, todos los 28-F y todas las mañanas del año.
Dicen que la estatua mide dos metros, y poco me parece para este Coloso de Rodas que se nos fue y que nos dejó, en el acervo del español de España, toda una lengua paralela y necesaria. Uno revive siempre a Chiquito, especialmente si el sábado estamos 'buenah nosheee' y el youtube nos recuerda qué felices éramos con tal o cual chiste.
Gracias a Chiquito yo abrí portada de este periódico, y por recitarle a la de Religión la Biblia con un «hasta luego Lucass versículo x» me gané la primera expulsión, de las miles, de aquel colegio de monjas del que se veía el mar. Chiquito necesita una estatua en cada barrio, que aunque todo malagueño sea universal, el malagueño lo es más. En mis paseos por esa Málaga sin mar que es Madrid veo algunos murales con Chiquito en spray, porque Chiquito anduvo por estas latitudes cuando iba alcanzando temperatura de mito.
A Chiquito habría que hacerle una estatua en algún sitio visible desde el mar. Quizá en lo alto (sic) del San Antón, en el Torrecilla (y que la escultura mida 81 metros y hacernos un dos mil) o en la nueva torre, la que tanto odian los rancios. Chiquito nos dio tanto que habría que sacar un suplemento de prosillas cachondas que lo recordara, con Sampalo, Margaro, Belmonte y todos los que saben que el Periodismo con humor es doblemente Periodismo. Abundo, habría que hacer un 'día de Chiquito' entre el Carmen y la Feria, algo de Interés Turístico Nacional que le diera al centro canalleo y coña, una forma de demostrar que la gracia no sólo reside en Cádiz. No sé; son propuestas que lanzo a quien corresponda en espera de que se haga algo con nuestro predilecto embajador de finales de los 90.
Quizá se pregunten ustedes que por qué hablo hoy de Chiquito con la que está cayendo. La cosa es que hablo porque quiero, y precisamente con la que está cayendo hay que recordar a este heraldo de felicidad que era nuestro Gregorio Sánchez.
Un orejón, un borracho, un mariquita, un enano... todos estos palabros formaban parte del imaginario de los chistes de Chiquito, que quizá fueran los mismos de Eugenio pero con la gracia del 'esperanto trinitario' (esa frase le encantó a Manolo Alcántara) iban a lo políticamente incorrecto. Y eran otros tiempos, difíciles, pero quizá los más nuestros, que diría Alcántara a Garci.
Quiero que esta columna se funda en bronce. Como los papeles de la Plaza de la Constitución. Chiquito lo merece. Quietorr.
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