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Francisco J. Carrillo
Académico Correspondiente de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas
Viernes, 7 de marzo 2025, 01:00
El encuentro entre Donald Trump y Volodímir Zelensky en la Casa Blanca forma parte de una estrategia minuciosamente diseñada, incluida la humillación del presidente de ... Ucrania. Parte de la opinión pública ha puesto el énfasis en los malos modales, nada diplomáticos, del presidente Trump y del vicepresidente Vance que estaba presente en dicho encuentro con derecho a intervenir sin pedir autorización a su jefe. Toda una puesta en escena poniendo sobre la mesa lo que significa el poder mundial sin dosificación verbal. Sin duda, este escenario, con provocaciones de alta intensidad, estaba previsto por los asesores de Trump.
El relato incluía varios puntos de significada importancia. A saber: que el presidente de los Estados Unidos ya había cerrado un acuerdo con Putin para finalizar la guerra de Ucrania; que Ucrania saldrá perdedora de una guerra si los Estados Unidos suspenden la ayuda militar; que Ucrania tendrá que devolver los miles de millones de dólares que Estados Unidos invirtió en esa guerra (en ese reembolso se incluyen las 'tierras raras' con minerales estratégicos); que Zelensky ya no es considerado como válido negociador; que la Unión Europea es directamente amenazada por una salida de los Estados Unidos de la OTAN, lo que representaría una reducción de un setenta por ciento de su presupuesto sin alternativa europea a corto plazo; que el acercamiento de Trump y Putin es una apuesta estratégica de gran calado con miras a debilitar los actuales acuerdos de Rusia y China, en particular sobre la guerra de Ucrania, lo que conduciría a una remodelación de Europa, con Rusia, en la perspectiva de lo augurado por el general De Gaulle de una Europa desde el Atlántico hasta los Urales; que la paz en Ucrania, con concesiones territoriales a Rusia quedaría garantizada, a corto plazo, por un pacto ruso-americano con testimoniales 'cascos azules' sobre el terreno, es decir, en la línea de demarcación entre los territorios anexionados por Rusia y el resto de Ucrania; que la puesta en escena, en el Despacho Oval, del poder de la primera potencia militar del mundo toca de lleno en la línea de flotación de una Europa desunida y muy dependiente de material militar fabricado por lo Estados Unidos con repercusión directa en el abastecimiento de armas a Ucrania (aparte la incidencia de los aranceles que repercutirá en las economías de países europeos).
La escenografía ha puesto ante las cámaras de televisión, en directo, la realidad del poder mundial; el anuncio de la remodelación de las relaciones internacionales y de la relación de fuerzas a nivel internacional; la humillación pública de Zelensky como presidente de un pueblo heroico y agredido; la rehabilitación de Putin que dejó de ser agresor; el desconcierto de la Unión Europea desunida; el debilitamiento de los acuerdos de cooperación estratégica militar entre Rusia y China. Este último punto es el fundamental del relato que han protagonizado el presidente Trump y el vicepresidente Vance; toca directamente al reparto tripolar (Estados Unidos, Rusia y China) del poder en el planeta Tierra, colocando a Rusia en el camino de su integración en la Gran Europa del general De Gaulle, neutralizándose nuevas tentativas de conquistas territoriales en Europa, con un potente mercado y con una gran diversidad cultural que debería ser sustento 'filosófico' -que no lo es- de la Unión Europea.
El gran objetivo de la Casa Blanca no es pues el fin de le guerra de Ucrania, que lo da por hecho, ni las 'tierras raras' que lo da por hecho en la 'factura de gastos' por su apoyo militar a Ucrania, ni la OTAN que la maneja, ni la Unión Europea que, en parte, la condiciona. Tal como se desarrolló el guion, Zelensky fue sacrificado como interlocutor y poco margen le queda sin el apoyo de Estados Unidos. La Unión Europea sale debilitada, sin demasiados márgenes para sustituirse a los Estados Unidos en el apoyo militar a Ucrania y para frenar la tripolarización (Estados Unidos, Rusia y China), en donde los tres grandes poderes irán resolviendo las guerras comerciales y distribuyendo las nuevas zonas de influencia. Zelensky fue el chivo expiatorio en el Teatro Oval de la Casa Blanca; la víctima de una ópera seguida por miles de millones de espectadores. El panorama no puede ser más desolador, en la espera del apagón de la guerra de Ucrania con la suspensión de suministros militares y de la ayuda de los satélites de Elon Musk. Nada improvisado, el poder mundial se representó en toda su crudeza.
¿Para qué tantos miles de muertos, ucranianos y rusos, tanto sufrimiento, tanta destrucción de infraestructuras y de esperanzas? Llegarán las grandes empresas reconstructoras de ciudades y obtendrán pingües beneficios. Pero ningún poder mundial podrá reavivar a las víctimas humanas caídas con honor en los combates o bajo los bombardeos. Ningún poder mundial podrá transformar el dolor en virtud, a no ser que entre en escena el coro de los esclavos judíos de Nabucco, de la mano de Verdi, en el Gran Teatro de Kiev.
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