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El chantaje del roscón

A veces la magia no desaparece, sólo sobrevuela de los recuerdos de un corazón a otro

Sábado, 18 de diciembre 2021, 11:05

Siento últimamente la llegada de la edad provecta en cosas que van mucho más allá del lógico deterioro físico y de hacer ruidos cada vez ... que me siento o levanto del sofá, un ruido que es más un «vamos p'allá» que un «no puedo más». La principal pista de que estoy llegando a una edad que es tan definitiva que ya es la que encaja con la frase «ya tiene una edad» es, básicamente, que me brota, como el ruido al levantarme, una actitud cada vez más gruñona ante la vida. De repente, ante cosas que en mi juventud serían un desafío, levanto mi bastón imaginario como un Mr. Scrooge enfadica. Mi último gruñido vetusto lo lancé no hará ni dos semanas cuando, de compras por un supermercado, vi que ya se podían comprar roscones de Reyes. En mi infancia el roscón era un acontecimiento, se tomaba y se podía conseguir únicamente la mañana de la venida de Sus Majestades. Era, en definitiva, el cierre de oro y fruta escarchada a esos días que parecían pensados, uno tras otro, para satisfacer a ese niño que yo era. Mi indignación al ver los tempranos roscones venía del recuerdo de esperar esa mañana del seis de enero no sólo por los regalos sino por la excepcionalidad de mojar ese bollo en chocolate la tarde de ese día con la conciencia de haber conseguido llegar a ese día en que era posible mezclada con la tristeza de saber que, una vez que me lo hubiera comido, habría un año por delante de espera hasta que ese momento pudiera repetirse. Venía, en definitiva, de la frustración de que mis recuerdos parecieran devaluarse si, casi un mes antes, ya podías comprarte una de esas delicias y comerla hasta que, el día seis, el empacho te hiciera aborrecerla.

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