Ceuta más allá de la telerrealidad
CARTA DEL DIRECTOR ·
La crisis humanitaria que se vivió y vive en Ceuta es consecuencia de una acción de presión de Marruecos contra España e, indirectamente, contra Europa, y debe analizarse de forma transversalCARTA DEL DIRECTOR ·
La crisis humanitaria que se vivió y vive en Ceuta es consecuencia de una acción de presión de Marruecos contra España e, indirectamente, contra Europa, y debe analizarse de forma transversalSi dentro de diez años preguntamos qué se recuerda de la crisis vivida en Ceuta, con la entrada masiva de unas diez mil personas por el paso fronterizo con Marruecos en la playa del Tarajal, seguro que la respuesta sería unánime: la imagen de una ... joven voluntaria de la Cruz Roja consolando a un chico senegalés desvalido y derrumbado, ofreciéndole lo que más podía reconfortarle en aquel momento, un abrazo, el calor humano. Quizá otros se inclinarían por el legionario sosteniendo entre las aguas a un bebé empapado, inerte por el frío. O también a otro soldado llevando sobre sus hombros a un niño que quedó atrapado en la valla rodeado de espinos y concertinas. Porque, una vez más, hemos vivido en directo una tragedia humanitaria, convertida irremediablemente en un ejercicio de telerrealidad que, sí, nos impacta mucho, pero también nos distrae de lo esencial, de lo profundo.
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Con las emociones concentradas en esa playa, en ese abrazo o en ese recién nacido, surge la tentación de no ver más allá, de no preguntarnos por qué esa frontera se abre de par en par por los soldados marroquíes, por qué una madre se lanza al mar con su hijo a la espalda pese al riesgo cierto de que muera en el intento, por qué un niño de apenas diez años se aventura solo a lo desconocido, por qué los padres fían la vida de sus hijos a la suerte, al destino o a la providencia. Vivimos en una sociedad con una extraordinaria carga de sentimentalismo. Y ya se sabe que en muchas ocasiones no es más que una poderosa herramienta de distracción: lo emotivo es lo más efectivo. «El tratamiento lacrimógeno y sentimentaloide con que se aborda la situación es otra forma más de infantilización. Convertir en espectáculo el dolor ajeno sale gratis y entretiene un buen rato a la audiencia aburrida», escribía esta semana en El País la escritora española de origen marroquí Najat el Hachmi.
La sensibilidad resulta necesaria para abordar cualquier crisis: es la herramienta que, por ejemplo, permite no reducir a las personas a meros números de una estadística. Pero eso poco tiene que ver con la manipulación de las emociones, exprimidas como zumo. La simplificación de contextos complejos entraña el riesgo de perder el foco sobre lo realmente importante, de desplazar el problema hasta presentarlo únicamente como una tragedia humanitaria. Pero eso, pese a las buenas intenciones, exime de responsabilidad a aquellos que han provocado el problema. La crisis humanitaria que se vivió y vive en Ceuta es consecuencia de una acción de presión de Marruecos contra España e, indirectamente, contra Europa. Por tanto, debe analizarse de forma transversal. Ocurre que, al igual que hay países que utilizan a la población civil como escudos humanos, hay también quienes la usan como proyectiles. Y eso es lo que ha hecho el Gobierno de Marruecos.
La monarquía alauí mantiene la cuerda tensa en sus relaciones con España. Sólo cabe recordar la 'Marcha Verde' de 1975, cuando aprovechó una situación de debilidad política para presionar contra el referéndum del Sáhara, todo aderezado con las históricas reivindicaciones de la supuesta marroquinidad de Ceuta y Melilla. Las relaciones geopolíticas de Europa con Marruecos son extremadamente complejas y se suelen gestionar con diplomacia y muchos millones de euros cada año. Rabat ha recibido más de 13.000 millones de euros desde 2007 en programas de cooperación, incluidos los destinados a mejorar el control de los flujos migratorios hacia el continente. Bruselas ha respaldado a España, como no podía ser de otra forma, pero su silencio sobre la acogida del líder del Frente Polisario, Brahim Gali, evidencia la delicadeza del asunto. Sucede que todo lo que tiene que ver con Marruecos requiere un alto grado de diplomacia a pesar de que haya políticos con responsabilidades de gobierno que se resistan a aceptarlo y actúen con la habitual frivolidad.
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Todo lo que sea salirse de este escenario geoestratégico conduce irremediablemente a errores de planteamiento. Otra cosa muy distinta es cómo se gestiona la crisis humanitaria. Y en este asunto sólo cabe aplicar las leyes y, sobre todo, proteger los derechos humanos. Y aquí también surge la controversia, porque es evidente que las expulsiones en caliente se han hecho con tanta celeridad y urgencia que han lesionado los derechos de los migrantes que llegaron a nado a la playa del Tarajal y han ido contra las propias leyes españolas. De la misma forma que un delito no se puede combatir con otro delito, la entrada irregular en Ceuta no se debe responder con una expulsión irregular. Es el precio o la suerte, según los ojos de quien mire, de vivir en un país que defiende y respeta los derechos humanos. La cuestión es que estos asuntos tienen muchas luces y sombras que exigen altura de miras y no la política simplona a la que nos estamos acostumbrando en España.
Si a ello se unen mentes retorcidas y acomplejadas, como la simpatizante de Vox que quiso ver abuso sexual en la foto de un abrazo entre una cooperante y un migrante, podemos alertar sobre el peligro que supone la utilización partidista de un asunto tan delicado. Y en este sentido Vox se ha autoexcluido otra vez del sentido común y la razón y ha optado por un perfil populista y radical que lo reafirma en las zonas más oscuras de la política. Cualquier país necesita una gestión de la inmigración firme que proteja sus fronteras y ordene los flujos migratorios, pero nunca se puede gestionar un asunto humanitario con las bravuconadas de una disputa de bar, como ha hecho Santiago Abascal.
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Lo que ha demostrado esta crisis diplomática es que España no ha valorado en su justa medida la importancia de las relaciones geopolíticas que, en casos como éste, le permita afrontar el problema con aliados solventes. Cabe esperar que el Gobierno haya aprendido la lección.
La desesperación de muchos de los que se lanzaron al mar para llegar a España debería hacernos reflexionar sobre el drama de las migraciones. Y recurro a una frase de un chico marroquí, de esos que llamamos menas, que escuché en una charla del BBVA con jóvenes adolescentes españoles hace unos meses: «Antes de juzgar a alguien por su color, su raza o su dinero tenéis que poneros en su situación. Me gustaría haceros una pregunta a cada uno de vosotros: ¿Si estuvieras en mi lugar, con 14 años, serías capaz de dejar a tu madre, a tu padre, a tus hermanos para buscar un futuro mejor?». Quizá si pensáramos en nuestros hijos, en nuestros hermanos o en nuestros nietos y nos los imagináramos cruzando el Estrecho, en los bajos de un camión o nadando hacia Marruecos para mejorar su vida, sólo quizá, lograríamos ver las migraciones sin prejuicios políticos ni ideológicos y sin culpar a la víctima. Como siempre.
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