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No sé ustedes, pero yo tengo la sensación de que cada vez hay menos contenidos (música, cine, series, lecturas) que consigan captar mi atención de verdad, que me conmuevan o me interesen hasta el punto de seguir dándole vueltas en la cama por las noches. ... Supongo que tiene que ver con la edad y con esta vida a marchas forzadas que llevamos, sin la más mínima posibilidad de pausa. Pero también me temo que esas sesiones de dopamina vacua a golpe de TikTok o Instagram cuando termina la jornada y te tumbas en el sofá no son inocuas.
Hay veces que ocurre; no estoy anestesiada del todo. Desde el catártico concierto de Los Planetas llevo con 'Santos que yo te pinté' en la cabeza y sus discos de nuevo en el 'top' de mi Spotify, amenazando el reinado de Luli Pampín. Y desde que entrevisté a Antonio Ortiz no paro de darle vueltas a las implicaciones del avance de la inteligencia artificial en nuestra vida.
No hablo de las consecuencias a nivel económico y geopolítico, que son enormes y dan para muchos artículos que otros escribirán mejor que yo. Y no les voy a dar la chapa con que el no sé cuánto por ciento de los trabajos van a desaparecer para dos mil no sé cuántos. Por cierto: en cada foro o congreso sobre IA que asisto (¿hay alguno que no sea sobre IA?) alguien cita un porcentaje diferente, un año diferente y un instituto de análisis distinto: sospecho fuertemente que se lo inventan.
Cuando hablo de las implicaciones de la IA que me obsesionan me refiero a nuestra mente y nuestra vida cotidiana; a lo que leemos, contempleamos y escuchamos. ¿Va a cambiar la IA nuestro cerebro, nuestra alma humana? ¿Nos volveremos unos vagos mentales si una máquina es capaz de resolver cualquier tarea intelectual? No hablo de un cálculo matemático complejo, sino de esas cosas que ocupan nuestra mente a lo largo del día: hacer la lista de la compra, organizar las vacaciones, pensar qué vamos a cocinar, leer artículos o libros completos (y no resúmenes)...
Antonio Ortiz decía en la entrevista que hay investigaciones centradas en cómo cambia nuestro cerebro con el uso constante de los sistemas de navegación GPS (Google Maps, vamos). Y parece que sí que nos afecta: esa parte de la materia gris que dejamos de utilizar para orientarnos se queda atrofiada. Igual que el sedentarismo físico al que nos ha conducido la vida moderna tiene consecuencias sobre nuestra salud (obesidad, diabetes, problemas musculoesqueléticos y un largo etcétera), ¿podríamos caer en una suerte de sedentarismo intelectual? ¿Acabaremos yendo al gimnasio mental para no perder facultades?
Yendo de lo psicológico a lo antropológico o filosófico, si me apuran: ¿qué pasará si llega un día en que las máquinas hagan todos o casi todos los trabajos? Sam Altman o Elon Musk están convencidos de que en el futuro todos cobraremos una renta universal sin tener que trabajar. ¿Encontraremos sentido a la vida entonces? Sí, ya sé, de buenas a primeras es tentadora una vida ociosa. Pero ¿a qué la dedicaremos? ¿seremos capaces de darle un sentido o la dilapidaremos en un 'scroll' infinito de Instagram?
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