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El miedo es libre, de eso no hay duda. Cada cual reacciona ante un peligro atendiendo a sus propias circunstancias personales y familiares y conforme a su personalidad, aptitudes y actitudes. El cuadro que ofrece el elenco de respuestas frente a una agresión a nuestra integridad dependerá de la envergadura del riego, siendo razonable que la respuesta más contundente se reserve a un peligro grave e inminente, y así, no es lo mismo salir por patas de una habitación ante el derrumbe de un techo que ante la posibilidad de que dentro de 50 años se caiga un trozo de escayola y tengamos la mala suerte, con 50 años más, de estar debajo. ¿Cuál es el problema con el coronavirus? Que es un peligro invisible, disperso, muy dañino y que nos puede tocar en la 'tómbola' aunque no llevemos boletos. Por eso las autoridades han adoptado medidas de protección obligatorias, no para erradicar el peligro (eso es imposible), pero sí para minimizarlo. Pero necesitamos sanitarios si caemos enfermos (del coronavirus o de otra cosa) y personal de suministro para comer, además de otros trabajadores (públicos y privados) en servicios esenciales. Ellos llevan más papeletas que el resto para que el virus se los lleve por delante, pero asumen sus cometidos con miedo, prudencia y generosidad.
Es duro imaginar lo que le puede pasar por la cabeza a quien, después de una jornada exponiendo su salud, se encuentra la puerta de su vivienda rociada de lejía o con un cartel anónimo (además cobarde) donde le agradecen su trabajo, pero le piden que se busque la vida y abandone su hogar para no perjudicar a sus vecinos. Estoy convencido que son reacciones minoritarias, pero eso no consuela a quien la sufre. Los que se portan de esta forma tan miserable no lo hacen por miedo, lo hacen por malos, y reflejan la ausencia de cualquier valor inspirado en la solidaridad y en el bien común. La existencia de estos individuos pone de manifiesto la necesidad de más clases de ética en nuestro sistema educativo. De esta salimos seguro, pero hay que hacerlo con el firme propósito moral y legal de no dejar en la cuneta a los más vulnerables. Esta pandemia está retratando lo mejor de nuestra sociedad, pero también a los paladines del egoísmo más grotesco. Son lo peor de lo peor.
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