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Réquiem por los que ya no están

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Carta del director ·

Detrás de cada una de las mil personas fallecidas por el virus en Málaga hay una historia de dolor y pena que se recordará para siempre

Manuel Castillo

Málaga

Domingo, 31 de enero 2021, 00:37

El periódico de hoy está cargado de emociones, de historias atravesadas por el dolor pero también por el coraje. Es imposible reflejar con palabras e imágenes la pena de tantas y tantas familias rotas por el coronavirus, la sensación honda y trágica de que la persona a quien tanto quieres se va sola, sin el último aliento reconfortante de un beso, una caricia o, simplemente, una presencia. En estas páginas hemos querido poner cara y voz a las cifras que publicamos a diario. Porque detrás de cada número hay un testimonio, una vida que merece ser contada. Estos reportajes provocan un nudo en la garganta no sólo por lo que se lee y se ve, sino por lo que se intuye: la tragedia a menudo subterránea que oculta esta pandemia que llegó a España hace hoy un año. Entre tantas frases, entre tanta tinta y papel, se percibe un vacío irreparable. Y todas estas víctimas y todos aquellos que han pasado semanas o meses en cuidados intensivos deben hacernos recapacitar sobre el impacto de este virus y sobre nuestra propia fragilidad como sociedad.

Resulta inquietante pensar que algo invisible para nuestros ojos puede tener unos efectos tan devastadores. Así de quebradiza es la vida y por eso, a la vez, tiene un valor tan elevado. El Covid-19 ha puesto en jaque a la humanidad, recordando que estamos más indefensos de lo que pensábamos, con la incertidumbre añadida de qué quedará después de esto, cómo serán nuestras vidas, nuestras relaciones, nuestros países. El camino de vuelta será largo, penoso y desconocido, pero supone un reto que debería unirnos, concedernos cierta sensación de pertenencia al mismo barco. Porque esta pandemia nos ha puesto como sociedad ante el espejo y la imagen que devuelve nos enseña que los esfuerzos, las complicidades y el trabajo en equipo frente a las dificultades y el sufrimiento colectivo son nuestra fortaleza. La sociedad ha sido capaz de responder al mayor desafío de nuestra generación, lo que nos permite tener esperanza y confianza como humanidad.

También hay síntomas de cansancio y desesperación que no deberían pasar inadvertidos, porque la misma sociedad que ha demostrado ser capaz de lo mejor puede hacer saltar por los aires ese potencial para ofrecer lo peor, lo inimaginable. Han sido meses de solidaridad, pero también de comportamientos que dejan mucho que desear. El fracaso inicial de la campaña de vacunación en Europa y en otros lugares del mundo puede sacar los instintos más primitivos y violentos que transformen el compromiso en egoísmo. El individualismo amenaza con ser el peor de los enemigos; el mismo individualismo que lleva a saltarse la cola de vacunación a un alcalde, a un cura o al amigo del amigo. Ante estas injusticias parece recomendable mirar hacia atrás y pensar en esos hospitales desbordados, en esos sanitarios entregados que ponen en riesgo sus propias vidas, en esos miles de enfermos intubados, en todo ese dolor. Quizá entonces podamos frenar el instinto primario de supervivencia que lleva a cometer atropellos.

Ese espíritu que sacó a los balcones a miles de ciudadanos deber marcar el sendero de la unidad, alejado de la crispación que la política ha inoculado en la sociedad. Es el momento del diálogo, de la calma y de la inteligencia. Pero hay que asumir que vivimos momentos de agitación, como un río lleno de rápidos y saltos impredecibles. No hay tiempo para la reflexión y mucho menos para la compasión y la contemplación. Se equivocan quienes se centran en arrasar al contrario, en insultarlo. Se equivocan también quienes intentar manipular y engañar a la opinión pública, quienes sólo aportan toxicidad. Es hora de abandonar trincheras y de ofrecer una mano amiga a los que sufren.

Por eso la lectura de hoy es tan recomendable, porque ayuda a valorar en su justa medida la importancia de las cosas y la necesidad de construir un modelo de sociedad sostenible sobre los valores y principios que nos permitieron sobrevivir en los primeros meses de la pandemia. Aunque sólo sea por todos aquellos que ya no están merecería la pena el intento.

Si la sociedad ha dado un ejemplo de convivencia, la política mal entendida, limitada al enfrentamiento partidista, se ha destapado como un riesgo para la convivencia. Es aún inexplicable que, con la grave crisis sanitaria y la trágica situación económica que sufre, España haya sido capaz de generar, al mismo tiempo, una crisis política e institucional. Tenemos representantes que son agitadores de cuello blanco que en poco se diferencian de los que rompen escaparates o apedrean a la policía. Y todo ello causa más indignación cuando convive con el dolor de la muerte o la enfermedad de decenas de miles de familias. España y Europa necesitan más que nunca un proyecto que nos una, pero las evidencias apuntan a que la pandemia ha dividido aún más aquello que ya estaba roto.

Pero queda tiempo para reconstruir desde la unidad, porque el camino de la recuperación nos volverá a poner a prueba. Aún hoy desconocemos cómo será nuestra vida en los próximos años, si podremos recuperar esa costumbre tan latina del contacto, esa energía infinita del abrazo, del beso o del simple apretón de manos. Y todas esas personas que se han quedado en el camino deben ser la referencia permanente del futuro, como señales luminosas que marquen el camino correcto. Al menos así podremos rendir el tributo que merecen y que si tuvieran oportunidad nos aconsejarían.

Hay que apostar por la humanidad, por la familia, por la amistad y por la solidaridad con la inquietud de que sus principios inspiren la política y la economía. Quizá sea mucho pedir, pero estoy convencido de que después de leer el periódico de hoy, usted, querido lector, será capaz de ver con claridad esas luces, ese sendero que ha de llevarnos a la construcción de una sociedad más feliz y con mejores condiciones de vida. Una sociedad capaz, también, de tener memoria.

Hoy hace un año que en España se detectó oficialmente el primer contagio de Covid-19. Fue el comienzo de una guerra interminable contra el virus que ha dejado innumerables damnificados y víctimas. A todos ellos les dedicamos este humilde homenaje, el trabajo de una redacción que durante estos meses ha hecho con entrega y esfuerzo lo que mejor sabe hacer: contar lo que pasa ahí fuera, por duro y terrible que sea. Con la misma determinación que sensibilidad, intentando poner palabras a un dolor indescriptible, convencidos de que ayudar a conocer la realidad sigue siendo una forma de mejorarla.

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