Puede que ahora esté usted rodeado de asesores que le dicen lo que quiere escuchar. Obran mal. Ellos por portarse como mercenarios indecorosos, para incrementar sus cuentas corrientes con minutas o nóminas que debían dedicarse a la Obra Social de la Fundación, y usted por ... imponer su ego desbocado y no cumplir con la moral y con la ley. Le están mintiendo de forma descarada si le dicen que usted puede permanecer en su cargo de Presidente de la Fundación Bancaria Unicaja. Las autoridades competentes (con retraso injustificado), al amparo de la normativa vigente, han iniciado el procedimiento para reestablecer la legalidad, y la Justicia tendrá que dilucidar su futuro procesal. Usted cuenta solo con dos posibilidades. Puede dimitir, o puede someter a las entidades que le han dado todo lo que tiene (la Universidad fue para usted un breve episodio) a una agonía en una terrible crisis reputacional, de la que solo usted, y sus lacayos, son responsables.

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Ha logrado usted la máxima unanimidad social, política e institucional en torno a la necesidad de que dimita. Pero me temo que lo que es evidente para cualquier mortal que aglutine en su cuerpo un gramo de decoro, para usted es un aparente tropiezo del que, como siempre, cree que saldrá airoso. Tiene usted la arrogancia del que siempre se ha sentido impune, sensación totalmente explicable dado el alto nivel de protección del que ha gozado por demasiados responsables institucionales y políticos y durante demasiados años. Confío en que la ciudadanía sepa valorar donde ha estado cada uno en esta refriega, pero yo al menos nunca olvidaré que unos, con independencia de colores y condiciones, han defendido la legalidad y los intereses generales de Málaga, Andalucía y España, y otros, hasta ayer mismo, han sido sus mejores aliados en su contumaz pasión por destrozar Unicaja.

La prueba del algodón. Los que han luchado por la defensa de Unicaja han dejado el rastro de la paciencia, la generosidad y la valentía, frente a los que han resaltado por sus notorios silencios, y en algún caso, por indignantes loas a su adorado líder. Leamos los medios de comunicación y comprobaremos donde se han ubicados unos y otros. Entre los dignos, es de justicia mencionar a los miles de ciudadanos aglutinados en torno a la Plataforma «Salvemos Unicaja», a los sindicatos y partidos que no claudicaron ante usted y a los tres patronos de la fundación que no se resignaron a ser comparsa de nadie. Y sin olvidar al periódico donde esto escribo, clamando en el desierto casi en solitario. Pero tampoco olvidaré a sus entusiastas partidarios, los que le mantienen con su voto aún en el cargo, y los que, aparentando perfil técnico, siguen dando, con sueldo por medio, «justificación» a sus atropellos a la legalidad.

No se puede usted imaginar la cantidad de personas que me están llamando desde ayer para felicitarme por mi impulso a la Plataforma en defensa de Unicaja. La inmensa mayoría son sinceros, pero otros se han apuntado ahora al carro, y hasta hace tres días lo defendían a capa y espada. Suele pasar. Comentaba mi querido amigo y camarada Leopoldo del Prado, que a la muerte de Franco, casi todo el mundo se decía antifranquista. Por experiencia propia, cuando cayó Gil, todo el mundo había sido antigilista. Son los «valientes» de última hora, cuando ya conviene el cambio de tercio.

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La semana que viene se celebrará la Junta General Ordinaria de Accionista de Unicaja, cuyo orden del día abordará el punto quinto: «Nombramiento y reelección de Consejeros». Solo su inmediata dimisión podrá evitar que se consume la abyecta traición a Málaga. Si usted no permite que, de forma rápida, el Patronato de la Fundación se encamine a la legalidad en su gestión, y como primera medida revoque la actual propuesta de consejeros dominicales (los mismos que han remado con el Sr. Menéndez y usted para desmantelar Unicaja), el quinto banco de España (y elemento esencial para la salud económica de nuestra tierra), se irá al garete y se impondrá para siempre el «estilo» del Sr. Menéndez: sumiso con los clientes poderosos, y despiadado con los trabajadores del banco y con los clientes modestos.

A los seres humanos, al fin y al cabo, nos queda como testimonio de nuestro paso por la vida, las buenas o malas acciones que tengamos. Tiene una magnífica oportunidad de, probablemente por primera vez en su vida, tener un gesto de altura más allá de su acreditada avaricia y prepotencia. Haga lo correcto, su conciencia se lo agradecerá.

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