Campos de exterminio

Viernes, 31 de enero 2025, 01:00

Se han cumplido esta semana 80 años de la liberación de los campos de exterminio -eran tres- de Auschwitz, al sur de Polonia, por las tropas soviéticas el 26/27 de enero de 1945, que en su avance ocuparon estos lugares maléficos que paradójicamente fueron, ... y siguen siendo, memoria viva de la escenificación de una masacre: un abominable descenso a los infiernos para destruir la opinión contraria y la identidad de varios pueblos -especialmente el judío, colaborando con el fin de un concepto de Historia fiable al que aferrarnos. El peso de las palabras, su significado, escribió Susan Sontag en 'Ante el dolor de los demás', no bastó para describir esta epopeya, la orgía de violencia traspasó incluso los parámetros canónicos del manifiesto de la Agencia Magnum: indudablemente la guerra no es un espectáculo, pero ni siquiera los fotógrafos de Magnum pudieron plasmar, aunque fuera algunos años después, la orgía de violencia fría y seca que sólo Francisco de Goya grabó en 'Los desastres de la Guerra' consiguiendo que el efecto acumulado sea devastador. Todo era negro, seco, mecánico, inaudito, bajo aquellas duchas de gas que aniquilaban a mansalva: a los niños se les ultimaba antes para no perder ni espacio ni tiempo, como si fuera una formulación kantiana del horror.

Publicidad

Pero las órdenes de Berlín eran claras, el führer -y su estado mayor- planeó la solución final con tablas aritméticas que aún hoy hielan la sangre. Pero resulta que, a Himmler, a Höss y a Menguele, se les acumularon los restos y tuvieron que enterrar en fosas excavadas a toda prisa y en las que no cabían más cadáveres; para hacerlo las tropas desmembraron los restos, cercenaron las cabezas de sus troncos, machacaron a fuerza de culatazos, o lo intentaron, la prueba de una ignominia. Decenas de soldados alemanes se suicidaron después del atentado. Dicen que el hedor era insoportable en el trayecto entre Auschwitz y Berlín, no menos insoportable que el que emanaba de las chimeneas de los campos en que se cremaba la razón. Aroma de aniquilación que se colaba en las cocinas de las residencias oficiales.

En 'La zona de interés', un soberbio filme sobre Rudolf Höss y su familia, el silencio se impone sobre unas imágenes en las que no aparece ni un muerto, ni una gota de sangre, sólo el humo de las chimeneas, fumarola de odio que inspiró, después, a que las tropas aliadas bombardearan sin piedad las ciudades alemanas. Ocho décadas después se recuerda Auschwitz casi como un fetiche, una especie de vacuna que nos liberará de futuras catástrofes. Y no creo que eso sea suficiente porque la tendencia genocida del ser humano, visto lo visto, supera a las de otras fieras.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €

Publicidad