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La democracia no es una ideología. Es el mejor aval para la libertad. Proclama la verdad evidente por sí misma. No es una ficción que ... sustituye a la realidad. Es el impulso necesario para la justicia. No es propiedad de ningún discurso hegemónico cultural.
Kamala Harris sufrió esta semana una de las mayores derrotas electorales que se recuerdan en EE UU. Empeoró los números de Biden en cuarenta y siete de los cincuenta estados y en los tres que mejoró, los perdió con Trump. Los demócratas no sólo han perdido la Casa Blanca, sino que son ahora minoría en las dos cámaras del Congreso. Las encuestas volvieron nuevamente a equivocarse, como hicieron en 2016 y 2020. Los demócratas siempre son sobrevalorados. Las empresas demoscópicas obedecieron más a intereses político-económicos que a criterios científicos. En Europa se dio carta de naturaleza a esta estimación interesada y falaz de la demoscopia al dictado de la agenda globalista, y la decepción ha sido mayúscula para muchos.
Kamela Harris se convirtió en la candidata demócrata a través de un proceso alejado de los usos democráticos. Tras la salida forzada de Biden por su incapacidad manifiesta, Nancy Pelosi y los Obama señalaron a la que debía enfrentarse a Trump, a sabiendas que perdería. No querían que Michell Obama fracasara, ya que la quieren reservar para comicios futuros. Dos veces ha llegado al poder Trump tras las gestiones del expresidente, que ha liderado el tránsito de su partido a un espacio elitista y desconectado de las preocupaciones de los que no llegan a fin de mes. Después vino la operación de maquillaje exprés hecha por los grandes medios de comunicación serviles para desligarla de la administración que no pudo contener la inflación, que no quiso saber nada de la regulación de la inmigración y se centró en los excesos del discurso ideológico woke que olvida los problemas reales de los ciudadanos.
La candidata demócrata se convirtió en un camelo. Centró su campaña en advertir de los peligros de su adversario, antes que conectar con los ciudadanos. La mayoría de los votantes le dio la espalda a su fijación en las cuestiones identitarias y su gradación de valor o dignidad de las personas en función del grupo al que pertenecen. Olvidó el principio de realidad, y le hicieron creer que a ella le bastaba con ganar la batalla de los titulares que previamente le habían comprado. Despreció a los nuevos medios de comunicación que tienen más predicamento y credibilidad que las grandes cabeceras que no suministran ya el agua potable de la información veraz, y se rodeó de cantantes y actores ricos.
Ningún político debiera olvidar las palabras sabias de nuestro Antonio Gala: «La democracia se presenta desnuda porque ha de convencer».
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