Sr. García .

Calle Larios no entiende de distancia social

Carta del director ·

No tiene sentido cerrar bares y comercios e imponer un toque de queda y al mismo tiempo que cientos de personas paseen juntas por el casco antiguo

Manuel Castillo

Málaga

Domingo, 6 de diciembre 2020, 01:16

Sólo hay una realidad objetiva: 651 personas han muerto oficialmente en Málaga por el coronavirus desde marzo a noviembre de 2020. La cifra real, además, puede ser mucho mayor. Esta segunda ola está siendo mucho más mortífera que la primera, aunque en la ciudadanía no ... se tenga esa percepción. Hoy por hoy hay restricciones de movilidad y no podemos salir sin justificación de nuestros municipios de residencia; los bares, restaurantes y comercios están obligados a cerrar a las 18 horas, y permanece activo el toque de queda de 22 a 7 horas. Sí, prohibido salir a la calle durante esas horas. Todo ello con el país en un segundo estado de alarma. Quizá nos hemos acostumbrado a todo ello y comenzamos a asumir con demasiada naturalidad todas estas restricciones y esta situación excepcional de recorte de libertades para intentar frenar la pandemia hasta la llegada de la vacunación masiva.

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El comienzo del alumbrado navideño de Málaga capital y, en especial, en la calle Marqués de Larios ha provocado un encendido debate sobre la conveniencia de la asistencia de cientos de personas y los riesgos potenciales de contagio que ello puede suponer. Las imágenes de calle Larios con bastante gente el primer día de alumbrado originó que muchos, entre ellos este periódico, llamara la atención sobre la masiva asistencia de público. Otros, por el contrario, defendían y defienden que no hay tanta afluencia y que la perspectiva de las fotografías inducía al error. Ambas posiciones, en mi opinión, tienen su parte de razón, aunque me inclino por la necesidad de que todos tomemos conciencia de la necesidad y conveniencia de una autorregulación que evite la reunión de muchas personas.

El debate es mucho más sencillo de lo que parece: no se trata de estar contra el alumbrado navideño (a mí, particularmente, siempre me ha parecido fantástico) ni contra la libertad de los ciudadanos de pasear. Se trata de que todos seamos conscientes de la necesidad de evitar riesgos y de ser solidarios con aquellos empresarios de bares, restaurantes y comercios que por el bien común tienen que cerrar sus negocios con importantes pérdidas. Imagino a un empresario de un bar que tiene que echar amablemente a sus clientes mientras calle Larios está de bote en bote. No es lógico.

Si en verano las ciudades de la provincia fueron capaces de regular el aforo de las playas, quizá sería necesario que en Navidad se controlara también el aforo de las principales calles de los cascos antiguos. De lo contrario se pueden dar contradicciones surrealistas: sólo podemos comer seis personas en la terraza de un restaurante al aire libre pero luego podemos irnos cientos de amigos a calle Larios. Muy lógico no es.

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Otra cosa distinta es si las medidas de restricción de horarios tienen sentido: ¿por qué cerrar un bar a las seis de la tarde y no a las ocho? ¿Por qué los comercios pueden estar llenos a las cinco de la tarde pero cerrados una hora después? Es evidente que la casuística es enorme y que la Junta de Andalucía tomó esta decisión porque no sabían bien qué hacer para frenar el número de contagios. El foco se ha puesto en la hostelería y el comercio y nadie es capaz de decir con claridad los motivos. El gran riesgo estaba en las salidas nocturnas de los jóvenes (y no tan jóvenes) por la noche y madrugada y por esta razón pagaron justos por pecadores.

Pero sea como fuere, lo más sensato es evitar todo lo posible la aglomeración de personas. Sean aglomeraciones de 25, de cientos o de miles. Y en este sentido, quizá la apertura de terrazas y comercios con estrictas medidas de seguridad puede ser incluso beneficioso para evitar así que cientos o miles de personas no tengan otra cosa que hacer que pasear por calle Larios. También el sentido común invita a pensar en los beneficios de la distribución de todas las familias por toda la ciudad y sus barrios y no sólo por el centro histórico.

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Por todo ello no parece que la actitud del Ayuntamiento de Málaga haya sido la más práctica: la cuestión no es defender el alumbrado (creo que no hace falta) ni de entrar en una absurda discusión de si había muchas o pocas personas el día del alumbrado. Lo importante es hacer un llamamiento al sentido común, al autocontrol, a evitar masificaciones, a cumplir con la distancia social, a evitar reuniones familiares descontroladas, a favorecer y facilitar la realización de pruebas, a tener, al fin y al cabo, una conciencia cívica.

Ocurre como en todo: uno puede pensar que no pasa nada por saltarse las normas una vez, por planificar una Nochebuena con veinte familiares, por invitar a casa a los amigos de siempre. Pero, ¿y si todos hiciésemos lo mismo? ¿Y si todos nos saltásemos las normas? ¿Y si todos nos fuésemos mañana por la tarde a calle Larios? Por ello es tan importante el civismo, que no es otra cosa según la RAE que el comportamiento respetuoso del ciudadano con las normas de convivencia pública.

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Málaga, como el resto de España, se la juega en Navidad, con el riesgo cierto de una tercera ola con la consiguiente pérdida de vidas. Y ello deber estar presente en todos nuestros actos. Sería, en mi opinión, más inteligente insistir en la necesidad casi obsesiva de tomar precauciones y, al mismo tiempo, establecer pautas para que los comercios, bares y restaurantes puedan tener la mayor actividad posible y el mayor horario posible.

Al fin y al cabo los contagiadores no son ni los bares ni las empresas ni las iglesias ni las tiendas ni los centros comerciales, sino las personas que consciente o inconscientemente desoyen las medidas de protección. Y si no que se lo pregunten a las miles de personas contagiadas en las residencias de mayores. Ellos ni salían a la calle ni se iban de copas ni paseaban por calle Larios; ellos son víctimas de sus contagiadores. La mejor medida contra el Covid-19 y para proteger a los demás es la autoprotección.

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Con la vacuna en el horizonte y la sombra de los más de seiscientos muertos en Málaga es absurdo pensar en la urgencia de las fiestas familiares o con amigos, en la necesidad hoy de vivir como si no hubiera un mañana. Sobre todo porque no ponemos en riesgo nuestra vida, sino las de aquellos que nos rodean.

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