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La ciudad es siempre el resultado de la vida de la gente que la hace palmo a palmo. Las calles son el detalle de los caminos de esas vidas, cada uno de los tramos que nos llevan a las plazas y que, juntos, conforman un minúsculo universo humano de convivencia en el que nunca falta casi de nada. Parafraseando a Sabina, pongamos que hablo de Málaga, ella, que al inicio del siglo XX era una floreciente urbe industrial, capitaneando una provincia activa y productora, con un puerto de mar incesante en el tráfico de mercancías, que iban y venían. El vino, el textil, las pasas y las conservas, más el fruto de los primeros altos hornos de aquella España, entre otras expedurías, habían convertido sus muelles en el más importante cruce de caminos.
Queriendo servir a las sobrevenidas aspiraciones ciudadanas, Manuel Domingo Larios y Larios, senador y empresario, II Marqués de Larios, nacido en la ciudad en 1836, mandó construir una calle ancha y recta que desembocara en el puerto, impulsando el proyecto y apoyándolo económicamente. Diseñada por el clarividente arquitecto Eduardo Strachan Viana-Cárdenas que junto a Teodoro Reding, Rivera y Cuervo, iniciaron una auténtica modernización de la ciudad junto al respaldo e implicación años antes de los insignes, también malagueños, el Marqués de Salamanca y don Antonio Cánovas del Castillo. La obra finalizó en 1891.
Pequeñas historias de una calle y una ciudad que, a lo largo de 130 años mal contados, ha visto pasar generaciones, proyectos, éxitos y fracasos, y también el tiempo. Una calle, eso sí, principal, escenario primordial de todo lo más importante acaecido en Málaga, que lo sigue siendo y es cita obligada de sus naturales vivan donde vivan y también de todos sus visitantes y turistas, que la celebran, aun habiéndose quedado pequeña para su renombre.
Hoy casi no hay residentes, dicen que la más antigua vecina es una bella señora rubia encantadora y maravillosa, entrada en años, María de los Remedios Rodríguez Navarrete, que representa como nadie tanto allí vivido y es historia vibrante de la calle y la ciudad. Algunos privilegiados, que nacimos y nos criamos allí, sólo tenemos que echar la vista atrás y ver pasar los coches y los peatones, el Banco Zaragozano, el Bilbao o el Vizcaya, el Popular, Hotel Victoria, el Bazar del Fumador, la sede de la Sección Femenina, Rueda e hijos, Gómez Raggio y Gómez Mercado, Geles, Nevada, Rodolfo Prados y Casa Mira, la Farmacia Mata, Arturo, la Cosmopolita, Temboury, Hotel Niza, el Café Español o el Círculo Mercantil, Lourdes Florido, Morganti, Segarra, Gracent, Aurelio Marcos, la Mar Chica, Papelería Imperio, Confecciones Rosaleda, Parriego y tantas y tantas firmas que la memoria dejó pasar, algunas aún están, que son la piel y la sangre de esta pequeña historia.
En 2002, no sin polémica y algo de resistencia, la calle del Marqués de Larios inició su peatonalización, para ser reensolada, amueblada y aderezada con nueva iluminación y farolas. La arterial vía sustituyó el tráfico rodado por una mayor parsimonia de los paseantes sin comprometer su estilo ni disminuir su proverbial importancia y presencia en la vida de la ciudad. Pongamos que hoy se habla, lee y escribe de calle Larios, de Málaga, del sur del sur de España y Europa, de la nuda propiedad de lo que es nuestro, de los malagueños y los riojanos, de los andaluces, de la nación española y del resto. Hoy se trata de una calle -sí, una de tantas-, de los que la transitaron, de los que la pensaron, la impulsaron, la conquistaron, la visitaron o sólo la oyeron nombrar. Es suya.
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