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La crisis del coronavirus y el confinamiento han destapado definitivamente uno de los problemas más graves a los que se enfrenta la sociedad actual: la brecha educativa, desde Infantil a la Universidad. Y ello debido, sobre todo, al enorme desequilibrio en la adaptación del sistema a las nuevas exigencias tecnológicas y pedagógicas. Es evidente que la máxima responsabilidad recae en la administración competente en cada área y en la histórica desidia política respecto a la Educación, maltratada a golpe de leyes educativas. España nunca ha apostado por un pacto de Estado por la Educación, quizá porque han primado otros intereses. Triste.
Este confinamiento ha dejado en evidencia algunas realidades. 1.-Hay centros educativos (públicos, concertados y privados) muy avanzados en la adaptación digital, tanto en la dotación de equipos como en la preparación del profesorado. Frente a otros colegios mucho más retrasados. 2.-En el ámbito de la enseñanza pública y concertada, además, se ha dejado mucho trabajo a la iniciativa personal de los docentes, que muchas veces han tenido que realizar su trabajo con medios propios y sin pautas y planificaciones. 3.-La capacidad económica familiar ha sido determinante en el confinamiento, porque no todos los niños podían disponer de conexión a internet y equipos, generándose así la peor brecha posible. 4.-El sistema educativo está absolutamente retrasado en todos sus niveles en cuanto a procesos, sistemas, dotación de equipos y protocolos para la educación no presencial. Pero es que las propias familias tampoco disponen de criterios sobre su forma de actuar. El confinamiento ha descolocado a todos: centros, profesores, alumnos y familias; se ha tenido que improvisar.
Podríamos seguir con muchos más puntos, pero el espacio obliga a ser escueto. En un apasionado debate en redes sociales pude intuir la frustración de muchos docentes, pero también de muchos padres. Esto no funciona. La casuística es enorme, pero conozco casos maravillosos en la escuela pública, concertada y privada, en casos concretos de profesores de FP, ESO y Bachillerato o de la Universidad. El asunto es mucho más profundo de lo que se puede imaginar y requiere de un compromiso de la sociedad para cambiarlo, que exige inversiones millonarias, reformulación de los procesos y un modelo capaz de recompensar al docente y al mismo tiempo establecer altos niveles de exigencia y excelencia. Y decisión política y sindical.
La pandemia nos ha hecho reflexionar sobre los héroes sanitarios; no deberíamos esperar a una catástrofe educativa para reconocer a los héroes de las escuelas que, como en los hospitales, afrontan el día a día sin los medios necesarios. En mi experiencia como alumno y como padre admiro a muchos profesores; quizá por ello siento también la frustración de que como sociedad seamos incapaces de ver con claridad algo tan cristalino como el extraordinario valor de la Educación. Y el riesgo que corremos al mantenerla abandonada a su suerte.
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