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De pequeños en el colegio solían ponernos una prueba muy significativa y original: «Imagina que en China hay un señor inmensamente rico al que ni puedes ver ni nunca vas a conocer. Tiene una fortuna inmensa, de mucho dinero y bienes materiales innumerables, y vive ... en absoluta abundancia y felicidad con su familia. Imagina que ahora, junto a tu silla, hay un botón rojo secreto, un botón que puedes pulsar si quieres y, en ese caso, si lo pulsas, el chino mandarín morirá de repente -para todos una muerte natural- y el equivalente de todas sus riquezas pasará a tu poder de inmediato. Nadie sabrá nunca nada de ti, ni del botón, ni podrá relacionarte con ello, sólo tú serás conocedor. Piénsalo, ¿vas a apretar el botón, sí o no?... A aquellos niños que éramos se nos dibujaba una leve sonrisa dudosa, casi una mueca, la respuesta era que prácticamente ninguno apretaba el botón, aunque alguno, más especial y malévolo, sí lo hacía. Saltaba la sorpresa con aquellos atrevidos que daban el sí por respuesta, parecían tener un viejo en la barriga. Cabe preguntarse el resultado de la prueba practicada a un grupo de adultos.
En los tiempos que corren el porcentaje de los que gastarían el botón rojo de tanto apretar ha aumentado mucho, como nunca. Lo malo es que al final, se diga lo que se diga, casi siempre acabamos todos por saber por qué murió el chino y quien apretó el botón. Por siete votos en el Congreso Sánchez no sólo ha pulsado con fuerza, sino que lleva más de seis meses, no sólo negándolo, sino construyendo un increíble relato. Un tropel de cuentos para convencernos de que nos está salvando con su «mayoría progresista» pírrica de todos los males del infierno. Él y Bolaños se felicitan todos los días por cómo dan los pasos para humillar al estado «en aras de la convivencia y mediante el diálogo» -lo dicen con voz mesurada y suave, como hablan «los muy buenos» o los monjes de San Urpasiano mártir-. Postrarse de hinojos ante los enemigos de la nación española, arrodillar a la Constitución, subvirtiéndola, a las instituciones y la democracia, siempre es y será indeseable e indigno. Aún todo es peor si se miente con las verdaderas causas de arrastrar a España y ponerla en manos de los que desean su desaparición. Sólo hay una razón para la nefasta parida de la ley de amnistía, seguir en el poder y seguir como sea. Los seguidores de Sánchez, de su voz atiplada y su tono cadencioso lleno de estafadora bondad, han de esmerarse en su fe para continuar creyendo. Cierto es que una parte importante de los acompañantes del presidente menos fiable de la historia lo son por conveniencia, pues esperan entrar en el paquete de poder para obtener beneficios y prebendas. Lo meritorio es creer en Sánchez sin más interés que el puramente ciudadano, pero hay un alto porcentaje de éstos, Dios les conserve la vista. En fin, como Sánchez ha apretado una vez más el botón y España no quiere correr la suerte del chino mandarín, cortemos la corriente.
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