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Borrador presupuestario derribado

Por ahora ·

Domingo, 27 de octubre 2019, 11:30

Fue en diciembre de 2011 cuando Rodríguez Zapatero, incapaz de hacer frente a la situación de crisis económica de cuya versión española fue principal artífice, cedió los trastos al Partido Popular casi sin luchar -sin casi-. Y era que la 'sabiduría' del personaje había llegado al fielato de líneas rojas. La última victoria de ZP fue el triunfo electoral de Rajoy, la patata caliente era para él, incluidos aquellos tres puntos más de déficit cuidadosamente ocultos (27.000 millones de euros). Siete años después de las elecciones de marzo de 2004, de infausta memoria por estar violenta y muy dolorosamente marcadas por los atentados de Atocha, un gobierno del PP tenía que hacer frente a una situación económica realmente desesperada.

Y no, no glosaremos aquí los logros ni la dramática evitación del rescate que se nos ofrecía-exigía fuera y dentro, que nos habría llevado a una devaluación integral de nuestra posición económica y social, ni el duro proceso de reversión que devolvió a nuestro país a la senda de la creación de empleo y la buena salud de la economía. Todos conocemos los antecedentes y bien pueden servirnos de ejemplo y referencia, pero sobre todo su experiencia debería valernos para poner nuestro mayor empeño en no repetir la cadena de errores que produjo la voladura de las cajas de ahorro, miles de empresas y millones de empleos. Seguramente la situación económica actual, activa y presente en nuestro entorno internacional y en nuestra propia casa, no alcanzará en lo negativo cotas tan altas como la crisis que aún late en nuestra memoria más reciente. Pero anunciada y argumentada está la contante desaceleración económica que se ha anclado en Europa y sus primeras consecuencias. Pase lo que pase, esta vez nuestras autoridades no debieran hacer como si nada ocurriera, porque esa 'distracción' del gobierno de ZP y el mantenimiento de una tendencia de incremento exponencial del gasto público tuvieron y crearon efectos verdaderamente nefastos.

Estamos ocupados en las elecciones del 10-N, en los graves disturbios en Cataluña, en la inquietante exhumación de los restos de Franco, 44 años después, y en otras muchas cuestiones. Por ello ni los últimos datos de la EPA ni la llamativa y desaprobadora carta de Pierre Moscovici -Comisario de la UE de asuntos económicos- a las cuentas propuestas en el borrador presupuestario por el Gobierno actual, han encontrado el eco cuya gravedad merece. Se trata de una advertencia que derriba el documento gubernamental por contener un déficit excesivo y «el riesgo de incumplir las reglas fiscales europeas» requiriéndosele de inmediato «un plan actualizado». Lo peor es que la respuesta pública de Montero-Calviño se ha limitado a una increíble minimización del contenido de la misiva y una vaga llamada a un reparador «ajuste fiscal», vamos, una subida de impuestos que causa vértigo y de la que nadie queda a salvo. Y es que las políticas ideológicas son muy respetables, pero siempre que no nieguen la realidad y se arrojen en la vía de asaltarla y contravenirla. Da pánico pensar que vuelva a instalarse la impericia más lampante en nuestras estructuras de poder para arrastrarnos a los erróneos y empobrecedores impulsos que ya nos son familiares y que impudorosamente se siguen voceando; ahora en boca de Sánchez.

A día de hoy, la intención de voto del PSOE disminuye cadenciosa y lentamente -falta saber si el 'reality' en Cuelgamuros trae tono electoral a la candidatura de Sánchez-, el PP aumenta rítmicamente con mayor fuerza que cae la candidatura socialista, pudiendo preverse una confluencia en resultados con ésta y hasta un asomado sorpasso a la misma. Unidas Podemos afloja sólo un poco, lejos de la estampida planeada por el Presidente del Gobierno en funciones, Vox sube inopinadamente y Ciudadanos se ve muy abandonado por sus votantes hasta bajar a la mitad, o casi, y Errejón, con su flamante Más País -también según las encuestas-, aporta poco. Realmente lo más llamativo es que el PSOE haya impulsado la repetición electoral y el horizonte le sea tan esquivo negando su refortalecimiento, tal y cómo se auspició. Si Sánchez baja de los 123 y aún más si pierde, que no se descarta, su fracaso será de tinte muy grueso. Demasiadas mentiras, exceso de comedia, puertas falsas e ineficaces para entrar en la historia -aunque sea a empellones-, viejas recetas expansivas de gasto, clientelismo y aumento del tamaño del estado y exhibición del complejo con el secesionismo con amplio e injusto reflejo presupuestario. Así, a la vuelta, estaremos de nuevo en números muy rojos de empleo y prosperidad. Deberíamos ahorrarnos esta excursión, pues ya conocemos esos lúgubres paisajes a los que Sánchez nos quiere llevar... A pastar.

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