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Quiero pensar que sólo la ignorancia explica esta laxitud intelectual con la barbarie terrorista de ETA. Y quiero justificar así esta tibieza porque, si no, estaríamos hablando de una dolorosa perversión. A veces, da la sensación de que algunos no se han enterado de ... que hubo 900 muertos y más de 3.000 familias rotas, de que quedan 300 crímenes etarras sin juzgar y condenar. Que aún hoy hay víctimas, incluso guardias civiles y policías que estuvieron destinados allí, a los que les da un vuelco el corazón con un simple portazo porque les evoca la memoria sonora de un coche-bomba o el impacto de un cóctel molotov contra la puerta del domicilio familiar. Por no contar que hay miles de personas de dentro y fuera de Euskadi que ya no tendrán otra oportunidad con los suyos que llevarles flores a la tumba y que en los rincones donde hiberna el independentismo radical profundo quedan todavía restos de pintura en los muros donde se retrataban a concejales demócratas en el centro de una diana.
Por eso cuesta digerir este relativismo moral del 'indignómetro' oficial, que se enerva si mueve el polvo que queda de Franco del Valle de los Caídos, pero pone la boca chica el día que en Francia cazan al carnicero Ternera. Puede que sea una herencia recibida de la Transición, sí, cuando ETA representaba el brazo armado de la lucha contra la dictadura y, como dijo Alfonso Guerra, hasta hubiera tenido hoy placas en plazas de pueblos de toda España si hubiera entregado las armas al día siguiente de hacer saltar por los aires a Carrero Blanco. Eso explicó durante años la soledad con la que las viudas de militares y policías estuvieron en los funerales. Hasta el punto de inflexión del asesinato a cámara lenta de Miguel Ángel Blanco, en el que de verdad el 'Basta ya' se hizo patente, la ambigüedad sembró la respuesta frente a los crímenes de la banda. Pero en los últimos años hemos vuelto a la relativización, incluso a la desmemoria. Quizá fue un éxito de ETA la Conferencia de Aiete, que en 2011 legitimó ante las narices del Gobierno de Zapatero el relato terrorista al lograr que 'mediadores' internacionales como Kofi Annan colocasen al mismo nivel a los pistoleros y al Estado en lo que llamaron «la última confrontación armada en Europa».
No, yo tampoco coincido con Vox. Pero entre Ortega Lara y Otegi distingo claramente quién fue víctima y quién verdugo. Y a mí, qué quieren que les diga, se me revuelven las tripas cuando veo pasear impunemente por las instituciones a un tipo que en 1979 secuestró al directivo de Michelin Luis Abaitua y durante los días de cautiverio en un zulo en Elgoibar le hizo jugar a la ruleta rusa con su propia pistola. Estamos blanqueando tanto nuestro pasado más reciente que corremos el riesgo de acabar por enterrarlo en cal viva.
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