Aquellas noches en la Biblio General. El café de máquina y de recuelo. El amigo solemne que terminaba Derecho, los diletantes de Periodismo, mayo que iba llegando a junio y ya olía a jazmines por Teatinos en esa sinestesia falsa de alcanzar el verano. Y luego los nervios de la víspera del examen, y la sensación de que debajo de los adoquines de junio estaba la playa. Y al final que acabamos la licenciatura de aquella manera y con un pinganillo que, al final, puede que no usáramos.
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Muchos íbamos a la Biblioteca General como algo generacional de camino al birrete y al vicerrectorado de lo que fuera, y lanzábamos una miradita enamorada a la que estudiaba Psicología y que empollaba junto a la columna: toda vestida de hermosura. Qué tiempos.
El saber nos hizo nocherniegos, y por entonces no podíamos saber que estábamos habituándonos peligrosamente a la cafeína. Porque la noche es aliada del estudio, y anima a una predisposición del conocimiento.
A veces llevábamos bañador y nos colábamos en la piscina de Corpe, la de al lado del Mercadona de los Juzgados, a darnos un remojón a eso de las 4. Así el chapuzón furtivo asentaba los conocimientos asimilados y los conocimientos por asimilar.
Una biblioteca abierta es siempre símbolo de una ciudad feliz y estudiosa. La ciencia cognoscitiva nos dice que eso de estudiar un poco y con regularidad es una quimera; que la mente tiene unas virtudes con las que podemos memorizar el Código Civil en noche y media.
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Cuenta este periódico que la Málaga estudiante se queja, y con razón, de que haya pocas bibliotecas de guardia en estos días y que no hay una disponible todo el año. Porque son muchos los médicos que no pueden afrontar los exámenes finales en un cuartucho sin refrigerar.
El sistema académico español -memorizar y comparecer cuando Bolonia- obliga al arreón de materias fútiles que se olvidan en cuanto hemos pasado el corte. Con eso hemos de lidiar, y todas las ayudas serán bienvenidas, qué duda cabe.
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No diría que mi etapa de estudiante en la General fue la más feliz. Pero se le pareció. Y en las bibliotecas abiertas a las horas más brujas la ciencia llegaba, aun con ciencia infusa. Los bocadillos de mortadela Mina a las tantas de la mañana, cierto tonteo con las fumadoras, los cascos con alguna emisora noctámbula con clásicos de los 90... así mi generación se labró un porvenir en la General, que abría por las noches con unas colas que ni Puerto Marina en sus mejores tiempos.
La cosa es que las autoridades permanentes se reúnan con urgencia y le habiliten a los estudiantes, opositores, lectores y demás un lugar enorme y refrigerado: el mercado laboral de la España de Sánchez nos pide saber vascuence, catalán y gramática parda. Y esas tres disciplinas requieren su concentración y su espacio.
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Una biblioteca 'non stop' es una demanda del pueblo y redundará en mayor felicidad y lo que los cursis llaman «rentabilidad social»... Ea.
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