Siempre ha dado este columnista la turra con su paraíso interior, con su Sierra de las Nieves. Porque allí se encontró a sí mismo hace ... muchos años; porque allí, como el gran jefe indio o como Zapatero, preguntaba al aire o a las nubes y éstas le respondían. Por eso y porque ya, con todos los parabienes legales, somos Parque Nacional. Y lo somos gracias a los bocadillos del Quini, y a los niños que suben haciendo trekking y paran si ven un plástico. Y gracias también a los agentes forestales, que ponen cordura cuando los nevazos populistas.
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Teníamos un pulmón, y no nos dimos cuenta. Teníamos un Teide, un Garajonay, un Aneto, pero siempre lo vieron como la montaña de Ronda, y ese relativo aislamiento nos fue haciendo paraíso de cimas y de simas, de senderistas y de espeleólogos. Los pinsapos, viejos, reliquias de antes de Boissier, de mucho antes, anduvieron cantando su canción fresca de sombra que es la misma canción de siempre. La que ahora el Senado ha acabado por escuchar.
Hay cierta compensación histórica entre que el Ejecutivo éste dé indultos y sea el mismo que indulte (sic) al pinsapo. Una suerte de realidad bipolar, que es la que es, y debemos afrontarla con la mejor cara. Porque ya el personal sabe que eso de la Biosfera es el futuro, que las pandemias las hace el hombre y que en el monte no llega la peste. Por eso, la medallita de Parque Nacional nos pone aún más en el mapa de ese turismo inclusivo y sano, de chirucas, que salta de roca a roca por no estropear el cómo el viento ha dejado el piornal, el quejigal, las hierbecillas de primavera.
Hay que dejarse los cuartos en la Sierra de las Nieves. Hay que darle a mi sierra el mismo aire que se le ha dado al Caminito del Rey, motivo de conversaciones en el Foro a las que yo voy pegando el oído. En ese esfuerzo estamos y estaremos, de Alozaina a Yunquera, de Tolox a Ronda y acordándonos de Sierra Bermeja, que es parte de lo mismo y no podemos dejar que lo que la Naturaleza ha unido lo venga a separar la burocracia.
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Deben ser jornadas de dicha en los pueblos de la Sierra. Pero también en el tardeo de Pedrega, cuando atardece y el Torrecilla está ahí como dando las buenas noches a la Bahía. Al menos así lo veo yo, con ese pico que se recorta en la última claridad y da la estampa de una provincia que es perfecta a pesar de los pesares.
Que somos ya Parque Nacional, lector. Que en el pinsapar el bicho se difumina y se queda tonto, y a la orilla del Turón hay hasta nutrias felices que se van alegrando del feliz acontecimiento. La declaración de PN, en suma, hay que aprovecharla para darnos a nosotros mismos eso que nos exigíamos hace no mucho y de cara al turismo: una sonrisa.
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