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Violeta Niebla
Lunes, 14 de abril 2025, 02:00
Hubo un tiempo en el que mi casa estuvo decorada al 70% con muebles recogidos de la basura. Si no decía nada, podían pasar simplemente ... por vintage. Si lo decía, se convertían en prueba de algo incómodo: precariedad. Pero, en realidad, sacarlos de la basura -además de ser un acto de reciclaje y de reapropiación- era un gesto de resistencia. Lo dignificaba. No es una práctica capitalista, más bien todo lo contrario: una forma de decir «esto sigue valiendo» cuando el sistema ya lo ha descartado.
Estoy usando el pasado, pero hace apenas un mes recogí una silla y la metí en casa. Así que puedo permitirme cambiar al presente: mi casa sigue teniendo los tres taburetes, la silla y dos mesitas recogidas de la calle -o mejor dicho, que nos ha regalado la calle-. El sofá de terciopelo rojo del piso anterior lo devolví a su sitio. A mí también me gusta formar parte del ciclo de las reencarnaciones.
Hace unos años era común decir eso de darse una vuelta por las basuras. Ir con el ojo avizor, por si aparecía una joya. Ahora, un poco menos aventurera, sigo una cuenta de Instagram —@basurademalaga— donde alguien publica la calle y la foto del mueble abandonado. Me pareció brillante: como una versión doméstica del arte conceptual, pero con coordenadas y segunda oportunidad.
La cuenta es una iniciativa privada, sin apoyo institucional, y ahí está, facilitando que una lámpara no acabe en un vertedero, que una estantería se reintegre en otra vida doméstica. El Ayuntamiento de Málaga debería pagarle a esa persona por los servicios prestados: como community, como inventora de una herramienta ciudadana, como responsable de una idea proactiva que mejora la relación entre los objetos y el tiempo.
Pero, como suele ocurrir, hay más voluntad que recursos. Más imaginación fuera del poder que dentro. Lo mismo sucede con otra cuenta, @malagalimpiaysalubre, que funciona en dirección contraria pero con el mismo sentido: señala la basura no para rescatarla, sino para denunciarla. Una especie de mapa del abandono, actualizado a diario. Colchones que llevan semanas apoyados en una farola, escombros dejados al borde de la acera como si la calle fuera un vertedero, bolsas rotas, muebles a medio desmontar, restos que ya nadie reclama. Testimonios de que lo que sobra no desaparece, solo cambia de esquina.
Ambas cuentas, desde lugares distintos, revelan lo que se tira y lo que se ignora. Una hace preguntas con entusiasmo. La otra con hartazgo. Y las dos, hacen ciudad.
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