Llovió sangre. Bajo el chaparrón de barro corrían gatos, perros, hombres, pianos, cosas. El cielo se puso color macetero y por cercana experiencia supimos que ... no fue un putinazo. En el cielo rojizo y en el polvo del desierto, con las bajas presiones y un chorro de canela tuareg, se soñaron muchas cosas. Con amigos que no están, con los cielos azules que siempre tuvo marzo... con la vida. Bien dice el compañero Lillo que la Meteorología influye más, mucho más, de lo que nos creemos. Un cielo de sangre y el barro en las terrazas es una llamada a la acción. A la acción de algo que no sabemos muy bien qué es. Acaso que el Apocalipsis nos vigila. Muy de cerca. Que desborda ríos y ensucia las bodas de primavera. A tiempos distópicos, un tiempo distópico.
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Me van llegando historias de la tormenta: un valenciano que jamás vivió algo semejante y que probablemente vivirá en su propia tierra. Unos amigos, reunidos en un piso, viendo una película de Laughton mientras el barro corría en cascada por las escaleras del Paperino, que siempre que precipita fueron nuestro Niágara particular. Hay quien dice que lo que nos manda África no es malo para ese campo tan dejado de la mano de Dios. Ojalá. Pero era mirar al Cielo y ver lo imposible: como una cortina roja y sanguinolenta que no traía buenos presagios. Dicen que con las lluvias el suministro está garantizado para unos meses, pero si el cambio climático iba a ser esto, que llueva el Sáhara, paren el barco, el melillero, que me bajo y cojo la ola y que me hunda. Que por cierto, en Melilla anda Imbroda muy dichoso con la diplomacia de baratillo de Sánchez para que se abran las fronteras y la gendarmería no nos meta, con nocturnidad y alevosía, a hambrientos pero también a mercenarios fornidos en nuestras fronteras.
La cuestión es que nevaron dunas del desierto. Y ni siquiera el baldeo y ni siquiera la Karcher sirvieron para mucho. El malagueño lleva con resignación esto del tormentón y la calima. Que caigan las plagas bíblicas, sí, pero que todo sea, por ventura, antes del Domingo de Ramos. Sólo así entenderemos que no estamos prohibidos y que los ríos no le drenan a una fábrica de ladrillos. La cuestión, insisto, es que acabe este marzo que, contradiciendo de nuevo al poeta, vuelve a ser el mes más cruel. Ya no se soporta más un pedrisco, una nevada con marzo avanzado, una riada de ésas que desmochan como un azucarillo las calles del Cerrado de Calderón. La última vez que llovió barro tan así, hubo una conferencia hispano-francesa en Málaga al más alto nivel. Málaga fue, entonces, Tombuctú. Y no, no es bella bajo kilos de arena.
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