Cuando no haya bares
INTRUSO DEL NORTE ·
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INTRUSO DEL NORTE ·
Occidente es un bar y solo el bar nos consuelaEn la medida de nuestras posibilidades, hemos hecho bastante por el sector de la hostelería. Principalmente hemos ido a lo del tito Farid a regar el pitufo con cervezas y ligaíllos en los días más gordos de terral. También hemos ido a por pulpo a la brasa en la tasquita refrescante que hay frente a la comisaría de El Palo. Y después, ay, con el cuñado a la Venta del Gato y alguna subidita nocturna a los Montes para evitar el papel secante del terral, sí. Y me he pedido conchas finas para llevar a casa, que las almejas, digan lo que digan, no tienen alma pero dan ambrosía en las noches tristes de julio.
Aun así, los indicadores no son los que fueron, y como que se va avecinando un largo invierno. Hablo del turismo interno, que es el indicador más fiable de qué piensa el español sobre sí, sobre su parienta y sobre eso que llaman reconstrucción. Dice el periódico que la demanda no despega y que el turismo nacional ha tenido una respuesta débil; que las reservas van a ritmo lento y que se están produciendo cancelaciones. No obstante, el verano es largo y todo puede cambiar. El turismo aquí es también decirse de cenar en lo de Ulises, disfrutar al aire acondicionado con reducción de pera, gorgonzola y trufa. Luego dice Albertito Garzón que la felicidad es de baja cualificación pero sabemos que no, que el ministro habla de oídas y sabe que yo sé que en Estepona siempre se le ha tratado bien.
La nueva normalidad en Málaga me ha hecho olvidar, por la profilaxis, a qué huelen los jazmines de mi Pedregalejo. Respiramos de una manera rara; incluso cuando me asomo al balcón tengo la expresión y la mirada de llevar como una mascarilla puesta. Y no estamos en Venecia y están cayendo 40 grados en el aeropuerto. Que no huelan los jazmines del Pasaje del Cortijo, que no me llegue el marismo a mi cama es algo que es más psicológico que otra cosa. Ni con la luna llena soy capaz de olvidar ese vago aroma de caries que es una mascarilla y que no todos llevan porque lo subversivo, ahora, es no ponerse la mascarilla ni comer conguitos.
He ido al centro y he visto a hosteleros de la comarca y a otros movidos por una mala follá que no sabía yo que se estilaba por aquí. Tampoco he visto una solidaridad de gremio sino, ay, una tristeza de canario muerto debajo del televisor. Cuando te miran en un bar con la vena del cuelllo marcada, te das cuenta de que nada va bien. Y esa jindama empieza a ser recurrente.
Después de este larguísimo secuestro civil, hermanos, os llamo a colapsar los bares. Occidente es un bar y solo el bar nos consuela. Cuando no haya bares desaparecerá el hombre libre.
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