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Pasear en las arenas de nuestras playas no es lo mismo que hacerlo en el duro acerado. Bañarse en el mar, si está limpio y el tiempo lo permite, es distinto a las cómodas piscinas que nos pillan más cerca. Pero el mar, nuestro mar ... de Alborán, es todo eso y mucho más. Es un mundo misterioso, con especies animales y vegetales que superan la imaginación del más avezado autor de aventuras. Y eso está ahí desde hace millones de años, en algunos casos casi sin cambios, en otros, con serias amenazas por una acción del ser humano poco respetuosa con las aguas que nos bañan. Los de Málaga, por poner un ejemplo, no somos lo que somos sin ese mar desde que arribaron por aquí los fenicios, nos formamos como ciudad a orillas del mar y nos sigue llegando una parte de nuestra supervivencia económica de esas aguas que tanto nos gustan disfrutar y tan poco conocemos. Y para eso, para que aprendamos de nuestro inmemorial acompañante azul, hace más de 30 años un grupo de jóvenes biólogos crearon el Aula del Mar.
Sin concesiones al pesimismo, llevan todo este tiempo enseñando a millares de escolares y adultos cosas maravillosas que ellos han logrado reunir y sistematizar de forma didáctica y divertida. Y en ese empeño se han convertido en uno de los mejores instrumentos para concienciar a la sociedad sobre los peligros que atormentan a nuestro medio ambiente marino. Yo lo he visitado varias veces con mis hijos y no es un museo cualquiera; sales de ahí con un chute de conocimiento y conciencia ecológica que si la acumulamos entre todos, tenemos mar Mediterráneo para miles de generaciones que nos sigan. Pero todo tiene un límite, y el entusiasmo, el trabajo constante y la generosidad de sus gestores no son ahora suficientes para mantener los gastos fijos. En Málaga hay museos con apoyos públicos millonarios donde no entra ni el aire. Creo que el Aula del Mar merece ayudas institucionales que se verían sobradamente compensadas por el inestimable servicio que hacen al bien común. Y también merece que difundamos en nuestro entorno la mañana o tarde maravillosa que podemos pasar, a costa de una modesta entrada, cara a cara con el lugar donde surgió la vida. Anímense, vale la pena.
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