El ciclismo. Muerte en Sayalonga. Como en la película de Bardem. Son muchos quienes van dejando las cunetas con flores. Hombres y mujeres que, queriendo ... disfrutar de la geografía y del deporte, pierden la existencia en una carretera secundaria. Y no hay tanto error humano como una incultura patente en esto de las carreteras. Conductores a los que molesta compartir tramos de visibilidad y otros de menos con esa raza, la del ciclista, que es de lo más digno que se puede encontrar en el camino. Lo cierto es que de Burgos para abajo, el ciclista español vive una lotería perversa, y eso no se puede permitir.
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Septiembre. Por fin llegó septiembre, arrancó el curso político y otra vez vamos enfagándonos en lo mismo. El populismo sigue, campa a sus anchas, en Galicia el PP se ha hecho medio nacionalista y falta, en eso que llaman oposición, el lema apócrifo y benemérito de «paso corto, vista larga y mala leche». Llegarán las tormentas de barro, el Jaboneros desaguará lo que tenga que desaguar. No sé si un arroyo/rambla es una metáfora del tiempo que vivimos. En cualquier caso, confiemos en septiembre después de este verano en el que hemos tenido que convivir con la tristeza del virus.
Noches suaves. Sí, la meteorología es suave. Quizá los niños con ciclomotor vayan ya poniéndole a la noche una sudadera. Y en el espigón, después del día cálido, caiga relente. Somos hijos del tiempo, y en el paraíso cualquier variación del mercurio influye en el estado de ánimo. Pero yo quiero ver el mar, el mismo mar que las circunstancias me han vetado. No me quejo, pero el yodo que llega a la casa materna es el mejor orfidal que pueda uno echarse a la cara. Sé que en las columnas más recientes he hablado del mar insistentemente, pero espero que comprendan que un confinamiento a 400 kilómetros a vuelo de pájaro y en un sótano hacen perder la calma a cualquiera. Veré el mar, claro que sí. Una tierra prometida que quizá, con solo sentirla, me mejore un poco este carácter que se me está quedando de tierra adentro. Disculpen mi 'marinero en tierra', pero si no lo comparto en esta página, reviento. Y sé, amigos lectores, que me comprendéis.
Goyesca. Ha habido goyesca, y uno que lo celebra. Porque es lo más nuestro y Roca Rey y Pablo Aguado tenían, cómo no, que salir a hombros en la cuna del toreo. Hace tiempo que no piso Ronda, y es de esas ausencias que duelen. En el televisor compartido vi llegar los carruajes, el colorido, y entendí que los toros, sí, son la mejor cura de normalidad para estos tiempos tan extraños. Y Ronda, como tal, lo tiene todo para acallar a los antitaurinos. Una sinfonía de belleza donde todo tiene su porqué.
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