![El Astoria recoge el testigo del cubo](https://s3.ppllstatics.com/diariosur/www/multimedia/202010/17/media/Sur_10%20Sur_10%20octubre.jpg)
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No hay cosa que guste más en Málaga que un buen debate sobre el patrimonio y la arquitectura urbana. Y más aún cuando hay que decidir sobre el futuro de restos arqueológicos. Aún recuerdo cómo la construcción del parking subterráneo de la plaza de la Marina en 1989 sacó a la luz los restos de la muralla nazarí y del muro portuario moderno, que fueron declarados posteriormente Bien de Interés Cultural en 1995. Su conservación generó una enorme polémica, enfrentando al entonces alcalde de la ciudad, el socialista Pedro Aparicio, con la Junta de Andalucía; Urbanismo pretendía derribar la muralla, algo que impidió la Consejería de Cultura de la Junta. Bajo toldos y con nocturnidad, algunos operarios desmocharon parte del muro que debía protegerse. Cuenta el periodista Antonio Roche en una crónica en SUR que fue tal «el dolor de cabeza que le dio este proyecto a Pedro Aparicio, que cuando se terminó la obra rehusó inaugurarla. La visitó en la madrugada anterior a su puesta en funcionamiento, que fue en la mañana del 16 de diciembre de 1989».
Luego, en años posteriores, se consiguieron mantener hallazgos en los sótanos del Rectorado de la Universidad de Málaga, el Museo Picasso, el Museo Carmen Thyssen, el Hotel Posada del Patio o la propia calle Alcazabilla. También hay que reconocer que otros muchos no corrieron con la misma suerte, unas veces por el escaso valor de lo encontrado y otras por la voracidad de las obras. El último caso lo protagonizaron los restos descubiertos en las obras del Metro en la zona de El Corte Inglés, que no tuvieron para los técnicos de Cultura la trascendencia necesaria para parar una obras de tanta magnitud.
Y ahora nos encontramos con los restos en el solar de los antiguos cines Astoria y Andalucía. Esta parcela ha sido una china en el zapato del alcalde Francisco de la Torre desde su origen y siempre marcada por la polémica. El Astoria le persigue como un estigma, como un borrón en su gestión, con la paradoja de que nunca se ha encontrado el proyecto ideal para una de las mejores parcelas de la ciudad. De lo que no cabe duda es de que, visto lo visto, es una suerte que no terminara como un edificio de viviendas de lujo (como pretendía la empresa propietaria a la que el Ayuntamiento le compró los terrenos por 21 millones de euros) e, incluso, de que finalmente Antonio Banderas desistiera de su proyecto y optara por ubicarlo en el antiguo Teatro Alameda. Sólo hay que imaginar cómo habría sido el debate cuando se hubieran encontrado los restos arqueológicos y con Antonio Banderas, el arquitecto José Seguí y los promotores de Starlite Marbella en medio de la polémica.
Quizá, sin querer caer en el esoterismo, el propio espacio está guiando el camino hacia su futuro, sorteando crisis económicas, concursos y proyectos. Y cada vez más ese camino parece marcado por la conservación e integración de los restos en la historia viva y reconocible de la ciudad.
Y en este debate hay una premisa fundamental: conocer el valor de los restos hallados en las excavaciones de los cinco metros de subsuelo y también de lo que hay más abajo. Sólo con esta información se podrán tomar decisiones con sentido común.
Ocurre también que es difícil afrontar el debate cuando no se sabe bien qué se podría construir allí y para qué. Después de la experiencia fracasada del Mercado de la Merced y su propuesta gastronómica y de la situación actual de crisis económica y hostelera, cuesta imaginar ese espacio del Astoria convertido en un mercado gourmet. De la misma forma, es complejo pensar en un proyecto privado que no contemple zonas comerciales y gastronómicas para darle rentabilidad y viabilidad.
La realidad es que los ciudadanos han tenido la oportunidad de imaginar ese espacio diáfano y el resultado les gusta. Como también gusta una actuación que pudiera cerrar la plaza de la Merced para que no perdiera su sentido. Y ambas cuestiones parecen compatibles. Hay más opciones que la simpleza de construir o no construir, porque se pueden mantener los restos arqueológicos y, al mismo tiempo, cerrar la plaza si así se decide con una actuación singular.
Visto lo visto, lo que falta en este debate es imaginación y ambición. ¿Para qué? Para diseñar un proyecto de ciudad que no esté condicionado por los 21 millones de euros que costó la parcela (es la misma cantidad que invierte en los museos el Ayuntamiento cada dos años) ni por proyectos de entretenimiento sin demasiadas garantías de viabilidad. Es el momento en Málaga de pensar a lo grande, de diseñar un proyecto del que los ciudadanos se sientan orgullosos y que aporte sentido común a un entorno con una enorme simbología y riqueza patrimonial.
Y después de tanto tiempo y tanta espera, no habría que tener prisas y mucho menos condicionar las decisiones con criterios electorales. El cubo del que hoy es el Museo Pompidou es un buen ejemplo a seguir y quizá debería ser el testigo que inspirase las actuaciones en la plaza de la Merced. Muelle Uno sería hoy muy diferente si no se hubiese hecho una apuesta tan atrevida como la del cubo y su espacio subterráneo.
El espacio del Astoria es demasiado valioso como para dejarlo al albur de la buena o mala suerte de un negocio. No hay que olvidar que la mayor parte de los grandes equipamientos culturales de esta ciudad tienen un coste considerable cada año, justificados en mi opinión, por lo que no hay que descartar invertir en ciudad y en futuro.
Quizá ahora es el momento de abrir la mente y de pensar a lo grande. El obelisco en homenaje a Torrijos y al resto de hombres que perdieron la vida defendiendo la libertad en uno de los episodios trascendentales de la Historia de España y cuyos restos descansan en la cripta; la plaza que vio nacer a Pablo Picasso, uno de los artistas más influyentes de la historia del arte, y los vestigios de una ciudad trimilenaria bien merecen un proyecto a su altura capaz de captar y transmitir la valiosa encrucijada de esta plaza, de la ciudad y de sus habitantes.
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