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A la crisis financiera (2008-2014) y a la provocada por el Covid 19, se une ahora la derivada de la inflación. La espiral de aumento de precios, cuando afectan a los productos básicos, genera pérdida de calidad de vida al no poder acceder a ... los niveles de consumo habituales, y una reducción, o pérdida directa, de la capacidad de ahorro de las familias. Estos nos perjudica a todos, pero resulta devastador para ese sector de la población instalada en la exclusión social. El informe de la Fundación Foessa del año pasado nos recuerda que la exclusión social severa afectaba en 2007 al 6,3 % de la población en España. Pues bien, en 2021 aumenta al doble: 12,7 % (casi 6 millones de afectados). La crisis de 2008 derivó en recortes sociales, y la de 2020 se intentó paliar con ayudas públicas (en especial los ERTE y las ayudas a los autónomos). Sin embargo, no resultaron suficientes medidas como el Ingreso Mínimo Vital establecido por Real Decreto-ley 20/2020, que a pesar del rigor en su control como recurso público que es, encontró una rancia y clasista respuesta en aquellas infames campañas del estilo «dame una paguita», que demostraba un deliberado e inmoral deseo de estigmatización de los beneficiarios de la prestación ('vagos'), mientras sus promotores se daban golpes de pecho apelando a una falsa meritocracia cuando en muchos casos no han dado un palo al agua en su vida más allá de aprovechar el patrimonio y los contactos sociales heredados. La dicotomía 'triunfadores' frente a 'perdedores' refleja el desprecio y la hostilidad al excluido, que incluso encuentra eco a veces entre los más modestos. Carlos Marx ('El 18 Brumario de Luis Bonaparte') ponía nombre y fines a esos verdugos de sus semejantes (lumpemproletariado) y Adam Smith ('Teoría de los sentimientos morales') consideraba que la disposición a idolatrar a los ricos y poderosos y a despreciar o ignorar a los humildes, es la «más extendida causa de corrupción de los sentimientos morales».
Que la crisis actual no se cebe de nuevo en los más desfavorecidos, depende de que aprendamos de las precedentes. La solidaridad personal, familiar, las asociativas, las de la Iglesia Católica y demás confesiones, son de enorme importancia, pero no pueden ni deben sustituir a la obligación de los poderes públicos de remover los obstáculos para la igualdad sea real y efectiva entre todas las personas (art 9 de la CE). La bondad y la voluntad de ayudar a los demás, nos dignifican como personas, pero es la Justicia Social el instrumento de la colectividad para garantizar que nadie se quede en la cuneta porque en su casa el paro ha entrado para no salir. En España, que logremos erradicar la exclusión social, dependerá de que sepamos mantener, de forma sostenible, los sistemas de protección social (sanidad, educación, seguridad social y servicios sociales). La pobreza no se puede esconder debajo de la alfombra.
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