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Antonio y las quimeras cumplidas

Intruso del norte ·

Banderas sueña y cierta carcundia malaguita le penaliza ese sueño que hace a Málaga más Europa

Lunes, 18 de noviembre 2019, 07:46

Hay que querer ser Antonio Banderas. Y hay que bailar con él como en una canción de Nat King Cole, y llevar a Málaga entre los labios cuando éramos un páramo en lo cultural. Antonio Banderas en su vida y en su obra nos viene demostrando que ser malagueño es un plus para el vivir. Banderas no es viral, porque Antonio es eterno y así le va cogiendo el pálpito a los tiempos, que diría Xenius. Banderas ha sostenido su proyecto de vida y su arte con Málaga como telón de fondo de todo lo que ha hecho y lo que hará.

Málaga fue un sueño cabezón de Banderas cuyos desvelos llegaron al Ayuntamiento que dio -para bien- acuse de recibo. Antonio es volver a enamorarse de Málaga y escuchar sus acentos en la gente que pasa y hasta en la que no pasa. Banderas tiene el mechón de la genialidad de Hitchcock o de José Tomás, pero también ese histrionismo constructivo que nos dice que el cine es la obra total en la que nuestro Antonio le pone zamarra de cuero y gorra de béisbol. Así se le ve por La Malagueta en los días del invierno pelón, que son pocos pero los suficientes para entristecer los planos más felices.

Yo conocí a Banderas en las salas frías de La Misericordia y me firmó un libro que era mío y que tenía el pálido reflejo de lo que Antonio Soler trituró en esa mejor novela de nuestro siglo que es 'El camino de los ingleses'. Enrique Villagrasa encontraba linajes antiguos y era feliz en aquella Málaga que Banderas reconstruyó hace ya unos años.

La historia de la nueva Málaga pasa por visionarios como Banderas, sí, que vieron que la capital del Mediterráneo era nuestra ciudad y no Barcelona, que por razones que todos conocemos se fue llevando los desvelos de eso que llamamos Estado. Porque Antonio se erigió en embajador único de Málaga/España y debemos devolverle el favor. En realidad, Banderas ejemplifica que pese a todo hay que perseguir quimeras, que las vocaciones fuertes son las que nos reconcilian con la humanidad.

Banderas sueña y cierta carcundia malaguita le penaliza ese sueño que hace a Málaga más Europa y por donde pasamos todos. Yo sé que odiar a Banderas es meterle un torpedo de arte a esta patria, que anda anémica de símbolos.

Antonio Banderas ha presentado su teatro del Soho y viene a consolidar esa tercera España que no quieren que digamos. Y hay que cantar en España e inaugurar teatros ahora que soy dramaturgo y mi puñetera vida no vale nada: por eso los amo.

Banderas es lo mejor que mandamos al exterior y con él se demuestra que los malagueños por el mundo valen un Potosí. Y solo por eso hay que hacerle una columna de vez en cuando, ahora que España puede acabar regida por advenedizos que piensan poco en el bien común.

El otro día, con el Teatro del Soho, la ciudad alcanzó un hito nacido de la perseverancia de uno de sus hijos más preclaros.

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