![Un antídoto contra el virus](https://s1.ppllstatics.com/diariosur/www/multimedia/2025/01/29/elonmusk-kSkF-U230699544426MUG-1200x840@Diario%20Sur.jpg)
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Hace quince días se quedó en suspenso el tema que debería haber llenado este espacio del periódico. Y ha sido mejor que así fuera. Porque ... terminamos escribiendo sobre la poesía que vemos en los barrios obreros y acto seguido proliferaron reseñas de un libro sobre la belleza y el orgullo que residen en la fealdad de los bloques proletarios ('Toldo verde', de Pablo Arboleda y Kike Carbajal). Es bonito que una pequeña intuición personal cobre forma en una obra literaria y visual así: proporciona el calor de una compañía cargada de buenos argumentos. Como la que da también Aida Dos Santos, que suma la perspectiva de género a la de clase en 'Hijas del Hormigón'.
Hablando de los barrios obreros, postergamos este dar opinión sobre la toma de posesión de Donald Trump y sobre todos los temores y los malos augurios que hubiéramos proferido, que pocos días más tarde ya no son tales, sino puras realidades en las que el presidente de Estados Unidos ha plantado su firma y con las que amenaza los derechos humanos y la vida de las minorías.
Las rúbricas de normas que arrebatan libertades a migrantes y a personas con identidades sexuales y de género diversas, con redadas y mandatos de detención y deportación incluidos, han venido adornadas con el saludo nazi de Elon Musk, algo que para muchos ha sido el detonante definitivo del cierre de la cuenta que se tuviera en X, antes Twitter, donde él es señor tecnofeudal, jefe y propietario, posición que quiere extender a todo el país.
Llegamos tarde, pues, a escandalizarnos por todo esto que resuena a los tiempos más oscuros del siglo XX, pero armadas de un antídoto contra el virus que se ha demostrado a lo largo de la historia como el más peligroso: el maligno combinado a que siempre dan lugar el nacionalismo, el racismo, la xenofobia, el etnocentrismo y el supremacismo. Esa cura está compuesta por los mismos ingredientes con los que se crea el teatro: la razón, la palabra y la emoción, que en este caso traían Juan Diego Botto, Sergio Peris-Mencheta y Ahmed Younoussi al festival de Málaga hace unos días.
La obra, '14.4' (por los kilómetros que separan Europa de África, la brecha de desigualdad más grande del mundo), cuenta la historia del propio Ahmed Younoussi, ahora un adulto de 35 años que cuando tenía ocho años cruzó con éxito el estrecho de Gibraltar escondido en un camión después de haber intentado la travesía más de media docena de veces. Primero recaló en Barbate, después en Madrid, donde se hizo actor, quizás porque nada más llegar a España le pusieron una cámara delante para que contara su testimonio a un documentalista, a continuación asesoró en la realización de un cortometraje sobre las migraciones y luego lo ayudaron a entrar en la escuela de actores de Cristina Rota.
Mientras contaba sobre el escenario su historia, trufada de información sobre la violencia sufrida por África durante el periodo colonial y sobre la que continúa padeciendo en la actualidad, se escuchaba cómo el público reía con el humor de Ahmed y, sobre todo, cómo se emocionaba, cómo empatizaba con ese niño maltratado por la vida, que se echó a la calle, y cuyos juegos con sus amigos en Tánger consistían en encontrar el mejor escondite en un camión para buscar un futuro mejor en Europa.
Relatos como éste ponen rostro humano a las cifras y a los acrónimos. Ahmed fue un menor no acompañado, un niño que llegó solito a España y que se ha convertido en un artista de éxito. Es algo que hace pensar en cuántas de las vidas perdidas en el Mediterráneo podrían haber brillado como lo hacen los ojos del color del mar de Younoussi.
Pero no nos dejemos deslumbrar ni por la mirada de este actor ni por los focos del teatro ni por el aura que rodea a cualquier artista. La obra de teatro que han escrito Botto, Peris-Mencheta y Younoussi ilumina las vidas más comunes y corrientes de cualquiera que haya logrado cruzar el estrecho y también de los que murieron en el intento. Aquí el triunfo no es condición para el reconocimiento. Tanto las de los supervivientes como las vidas sepultadas en el mar son las de los más valientes de la humanidad: se requiere mucho arrojo para dejarlo todo y montarse en una barca para cruzar el océano o para arriesgarse a morir asfixiado en el mínimo compartimento que se puede ocupar en un trailer.
La emoción que compartía el patio de butacas al escuchar el testimonio de Ahmed que daba voz a tantos miles de seres humanos que atraviesan las fronteras huyendo de la violencia o buscando un futuro mejor es un antídoto contra el virus del racismo, la xenofobia, el supremacismo, que están inyectando los hombres -no usamos el masculino genérico, es literal- más poderosos de la tierra.
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