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Prevenidos, a veces emocionados y conmovidos, con unas dudas más razonables que otras, inseguros y ciertamente intranquilos, sentimos en nuestros rostros una fría brisa soplar para envolvernos en la expectación y el temor de forma permanente. Un año y algo después de la socialización del ... reconocimiento del virus, la constante improvisación y la ausencia de certezas asolan nuestra integridad y arrugan el ser o no ser ante el abismo que no cesa. Los atajos para poder saltar los meses y llegar a la meta que recobre la normalidad se nos acaban, desoír las voces agoreras, mirar hacia otro lado y reiniciarnos como si nada hubiera pasado se ha vuelto imposible. Si el estrés del contagio y la enfermedad podía agotarnos por momentos, ahora también ejercen presión las vacunas, sus efectos, sus tramos de edad cambiantes, la adquisición de los preparados, la larvada guerra comercial farmacéutica y las opiniones versadas y no versadas que asolan nuestras entendederas.

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