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Animadversiones y deslealtades

CARTA DEL DIRECTOR ·

Manuel Castillo

Málaga

Domingo, 28 de junio 2020, 10:15

Asistimos a una etapa de confrontación en la política que no sabemos hacia donde nos llevará. Porque lo grave no es el enfrentamiento dialéctico, reducido a bravuconadas y chulerías lejos del parlamentarismo de épocas pasadas, sino la animadversión que exhiben los líderes políticos, llevando la política de Estado al terreno puramente personal. Cuando se tienen responsabilidades tan altas, el cargo y la representación institucional deben estar por encima de cualquier filia o fobia, porque quien habla, escribe o escucha no es la persona, sino el personaje. Uno es presidente, vicepresidente, diputado, alcalde o concejal las 24 horas del día y no puede disociarlo a capricho o conveniencia. Hoy, tristemente, el Pedro Sánchez persona está por encima del Pedro Sánchez presidente del Gobierno, como ocurre con Pablo Iglesias y Pablo Casado y como sucedió con Albert Rivera. Ven al de enfrente como un contrincante al que derrotar permanentemente; hasta la humillación si es posible. El respeto a lo que cada uno representa y a lo que representan los demás está en segundo plano.

Suenan tan falsas las llamadas a la unidad de unos y otros que solo cabe el desencanto y la certeza de que esto es la guerra y que habrá que convivir con esta forma de hacer política que han traído la nueva política y los nuevos políticos. Por ello la moderación vende al alza y es un seguro a largo plazo frente al cortoplacismo imperante en la Carrera de San Jerónimo. Este país sería otra cosa si la política se entendiera, de verdad, desde la templanza o la sensatez. El PNV, por ejemplo, ha sabido gestionar con enorme eficacia y dureza su presencia en el Congreso desde el cuidado de las formas. Y ello debería hacernos pensar. Y otros siguen ese camino, como el propio Moreno Bonilla.

La sociedad debe aspirar a otro modelo de política y no puede ceder ante esta corriente frentista capaz de arrasar con lo que haga falta, sea la convivencia o sea, incluso, el modelo de Estado actual. Pero para ello es preciso que esta sociedad sea exigente consigo misma y también con sus políticos para que la mentira, el engaño, el cinismo o las deslealtades no salgan gratis. La política nunca debe perder ese sentido vocacional de trabajar por el bien común. Cuando eso se pierde y sólo importa el poder, el resultado nunca puede ser bueno. Una sociedad que se respete a sí misma no puede permitir atropellos morales ni éticos sin expresar y ejercer su descontento.

El caso de Juan Cassà en Málaga al convertir sin pudor su acta de concejal en un negocio particular no sólo causa desazón; es una llamada de atención sobre los riesgos de mirar para otro lado, de pasar por alto cosas que nunca deben ocurrir. En estos tiempos, tristemente, los ciudadanos debemos estar alerta y protegernos de la política, porque hoy es una poderosa maquinaria que no siempre se pone al servicio del bien común.

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