Lo kitsch es la metáfora del exceso. La vida con una lupa de aumento. Una mentira con lunares. La manzanilla en vaso de tubo. Gambas ... con barba. Verdiales con batería. Hijos predilectos y tropecientas medallas el 28F.
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La primera frustración del andalucismo es su tamaño. Blas Infante era demasiado pequeño. Con tendencia a la teoría y al monólogo, rescató la melodía popular del Santo Dios, un canto de protesta de los jornaleros andaluces, para componer un himno con mucha tierra y poca melodía. Veía Andalucía como un enfermo desahuciado. Con deseo y cansancio. Su tristura se la compró el socialismo que necesitaba un referente inofensivo y desconocido. Después vino el andalucismo de nómina y ahora vivimos el de Rojas Marcos con su Fundación subvencionada por la derecha de izquierdas que practica Juanma Moreno.
Andalucía no es un despacho oficial con horario de oficina. Un 28F de tres días y el Teatro de la Maestranza cerrado por dentro. Eso es la política. La revolución de la anécdota contra la categoría, la revelación de que todo puede convertirse en efeméride y tautología. Bajar para abajo. Repetir hasta aburrir. Interesa en estos momentos este andalucismo sentimental de tarde de Juan y Medio, y de noche con Manu Sánchez. Quieren convencernos de que no debemos buscar fuera la riqueza que atesoramos en nuestro interior. El duende proveerá. La retórica como ideología. Todo es tuyo pero sin ti. «Los campos bajo la luna, las estrellas sobre el río». Andalucía como un etcétera en el mundo, en el que se pueda vivir de la limosna de la política y la burocracia. El mar como orilla y el aceite con alarma antirrobo. Como decía nuestro gran Juan Ramón Jiménez: «Qué quietas se están las cosas y que bien se está con ellas».
La política nos ha regalado el actual andalucismo kitsch. Representa una estética que trivializa y desvirtúa la realidad, convirtiendo lo sublime en superficial y lo auténtico en una mera parodia. Lo vulgar endomingado. La felicidad como pasado. El arte como mercancía y excusa. Un hilo musical con acento. La medalla como discurso. Qué bien conocen esta tierra. Lo más espantoso de lo kitsch no es que nos venda sentimentalidad, sino que es sólo sentimentalidad. Todo es síntoma de agotamiento. Nos hemos cansado con tantos problemas a la vez, vivimos en una orgía de relatos interesados y al final cedemos ante lo hortera con pretensiones. Lo vulgar está obligado a inventar paraísos cercanos, y ahí los políticos nos vencen. Andalucía kitsch levántate, pide la condonación de tu deuda y libertad. Sea por Andalucía con barra libre, España y su Sanchidad.
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«También la verdad se inventa», dijo Machado. Que se lo digan a los políticos.
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