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Resuena la artillería y su terrible sonido estremece. Aquí, entre tanto, apenas llegan las novedades, los análisis y los interminables comentarios. Por momentos, en la Europa que apoya el statu quo y respalda a Ucrania desde el inicio de las hostilidades, empiezan a oírse críticas ... al mismísimo Zelensky. Algo que carece de sentido si no fuera porque la paciencia, hasta de los socios y de los observadores, se agota poco a poco. La destrucción y la muerte son siempre irreversibles, es hora de que se alcen voces influyentes de los más importantes dirigentes con un mínimo de sentido común. Desde cualquier punto de vista, un alto el fuego no sólo salvaría vidas, también haría su papel para evitar el continuo avance de las tropas rusas en territorio soberano ucraniano. No se trata de ceder, ni mucho menos de conformarse con la partición del país o la pérdida definitiva de las zonas conquistadas, se trata de que el enfrentamiento se lleve a cabo de otra manera, en la ONU, en las reclamaciones jurídicas y ante los organismos y tribunales internacionales. Lo que no se puede es asistir a esta masacre, dejarla estar y ver hasta dónde nos lleva, porque nada bueno va a ocurrir con cañones y bombardeos. Las razones, las presiones y hasta las sanciones -eso sí, sanciones como gesto de condena y desacuerdo, que no penalicen al que las impone- son irrenunciables. Vivir en paz con aquellos de los que disientes no es una novedad en la historia de la humanidad, pero sí una necesidad.

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