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Resuena la artillería y su terrible sonido estremece. Aquí, entre tanto, apenas llegan las novedades, los análisis y los interminables comentarios. Por momentos, en la Europa que apoya el statu quo y respalda a Ucrania desde el inicio de las hostilidades, empiezan a oírse críticas ... al mismísimo Zelensky. Algo que carece de sentido si no fuera porque la paciencia, hasta de los socios y de los observadores, se agota poco a poco. La destrucción y la muerte son siempre irreversibles, es hora de que se alcen voces influyentes de los más importantes dirigentes con un mínimo de sentido común. Desde cualquier punto de vista, un alto el fuego no sólo salvaría vidas, también haría su papel para evitar el continuo avance de las tropas rusas en territorio soberano ucraniano. No se trata de ceder, ni mucho menos de conformarse con la partición del país o la pérdida definitiva de las zonas conquistadas, se trata de que el enfrentamiento se lleve a cabo de otra manera, en la ONU, en las reclamaciones jurídicas y ante los organismos y tribunales internacionales. Lo que no se puede es asistir a esta masacre, dejarla estar y ver hasta dónde nos lleva, porque nada bueno va a ocurrir con cañones y bombardeos. Las razones, las presiones y hasta las sanciones -eso sí, sanciones como gesto de condena y desacuerdo, que no penalicen al que las impone- son irrenunciables. Vivir en paz con aquellos de los que disientes no es una novedad en la historia de la humanidad, pero sí una necesidad.
Se entiende perfectamente que Ucrania tenga moral de victoria, que pida armas y recursos y que celebre colectivamente cada palmo de terreno reconquistado. Ucrania quiere ganar y, en su seno, se impone el pensamiento de que puede hacerlo, pero el precio es la muerte. Es éste un asunto muy delicado, sin duda, y ninguno de estos argumentos va en favor de allanarse a las presiones de Putin, ni de que Ucrania se dé por derrotada. Tampoco se trata de incumplir los compromisos de envío de armas en los casos en los que los haya. Pero no se puede ni se debe animar a la continuidad sine die de la guerra. Casi hay que pedir disculpas a los invadidos por estos argumentos que carecen de fe en la victoria, pero favorecer la paz es siempre obligado, necesario y justo. En Vietnam los invasores acabaron por perder, de algún modo también en Afganistán -primero los rusos y después los estadounidenses-, pero estas pírricas victorias de los nativos de esos países, que quedaron devastados, se consiguieron por el cansancio de los invasores y tras decenas de años con pérdidas ingentes de vidas humanas. No son un ejemplo a seguir.
Las grandes potencias ajenas a esta conflagración han de ponerse de acuerdo e imponer el alto el fuego urgente e inmediatamente, cualesquiera que sean sus simpatías. Parar las armas, salvar las vidas y afrontar la pelea -cada cual con sus razones- por la soberanía y la independencia en otros frentes que no pasen por la violencia, la destrucción y la muerte.
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