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Pepe Domingo son las tardes de domingo, las motosierras, Mariquillas bonitas, neniñas y Padrón y las Españas vertebradas a la hora del fútbol. En la voz de Pepe Domingo Castaño hay la vida de la radio que fuimos y de la que quisimos ser. Yo no fui 'un chico Hermida', pero sí que fui un 'chico Pepe Domingo' en aquellos campos y aquella Rosaleda y con aquella unidad móvil de segunda en una liga de primera.
En realidad soy todo lo que soy gracias a Pepe Domingo, aunque luego la vida me haya juntado con Butano por los bolos variopintos al Norte del Guadarrama y preguntándonos que «¿Quién va?». Yo soy radio, como bien saben Herrera y Domi del Postigo. Lejos del micro tengo frío.
Pepe Domingo es el gallego zumbón y romántico, esa figura por la que la radio es el medio y lo demás es añadido: Castaño es animador y con su estilo nos ha hecho rectos los viajes con las curvas antes de que se planteara, siquiera, el túnel de Despeñaperros.
A Pepe Domingo le dan hoy el premio Alcántara y yo aprovecho esta columna para decirle lo que se le aprecia y se le seguirá apreciando. Uno quiso ser Pepe Domingo en las largas mañanas de sábado, cuando echamos los dientes frente al micrófono y Germán Mansilla («Hola Málaga, aquí el de Móstoles») nos hacía la previa del Madrid hasta que nos cortaron las criadillas en aquella radio. Antes de Pepe Domingo la radio existía y era la de Deglané, Vicente Marco, Juan Tribuna, Joaquín Prat... después de Pepe Domingo -siempre alerta con una espantá gradual- habrá radio, pero ni el transistor ni nosostros seremos ya los mismos.
A Pepe Domingo le dio un jamacuco sordo en una torre de Madrid, pero estaba con su gente y no dijo nada. Desde entonces Pepe Domingo está más fibroso aunque su voz haya perdido algún octanaje. Ante unos medios tomados por politólogos y demoscópicos, Pepe Domingo nos vende felicidad y furgonetas con la alegría del que pregonaba chanquetes en El Palo.
Yo veía a Pepe Domingo en el edificio de la Gran Vía, en el estudio de Radio Madrid, aquellos días de fútbol y radio y las pensiones que nos pagábamos con lo que nos quedaba de la Comunión. Salía con una gabardina y se perdía en un taxi, rumbo a los silencios o al descanso del guerrero.
Pepe Domingo es como aquel personaje del gran Antonio Soler, El Garganta, que hacía poesía oral con las borrascas como Castaño lo hace con ron de las Canarias. Lo del fútbol -como la actualidad- es una mera excusa para ser más nosotros y para ser más Pepe Domingo. Yo lo imito en las radios donde me llevan a hablar de mi libro, o cuando le quito el micrófono al Mele y canto los goles de Pardeza en el paseo marítimo de Pedregalejo, frente a la Peña y al teléfono de Isaak.
Conversé con él hace dos años, le grabamos una entrevista y nos regaló un caramelo suizo para la voz. Yo aún conservo una postal suya de hace 20 años, firmada, con un autógrafo que dice algo de «cariño» y «micrófono». La conservo junto a una foto suya en un descanso del Carrusel. Se me ve junto a Pepe y junto al micro: me recuerda quién quería yo ser.
Felicidades, Pepe.
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