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Mientras Isabel Díaz Ayuso obtenía su investidura como presidenta de la Comunidad de Madrid, el inmenso calor del verano más caliente hacía mella en el discurso de Íñigo Errejón e Isabel Serra. No así en el correspondiente de Ángel Gabilondo que, aparte de algún altibajo en el comprensible fragor de la batalla, mantuvo su sobriedad y tono acostumbrados. Fue una jornada un tanto más abrupta de lo habitual, quizá porque al no tener mayoría absoluta la candidata y darse la posibilidad de otras combinaciones, es muy difícil que no estalle la decepción. Ello -hay que decirlo- ha estado animado por la jefa de Vox en la Comunidad, la señora Monasterio, que ha amagado con el desacuerdo tanto como ánimo sostenido ha generado en los grupos hoy de oposición. Perlas ha habido muchas y gustan, sorprenden o repudian, según quién y qué. No obstante, de lo «mejor» que se ha visto y oído son las palabras de Isa Serra reivindicando que los poderes públicos eduquen a los hijos por encima de los deseos o ideas de los padres de los mismos. O sea, el derecho preferente del estado para crear pequeños y prometedores ciudadanos según las pautas deseadas por sus impulsores y establecido como correcto. Claro que la señora Serra será de todo ello partidaria si es la izquierda -su izquierda radical- la que gobierna, no así si de lo que se trata es de que los liberal-conservadores hipotéticamente y por el contra tutelasen y dirigiesen la educación de los infantes. Es oportuno aquí recordar que las grandes dictaduras o las llamadas revoluciones en tiempos implantaron esa idea de que no sólo los hijos lo eran del estado, sino que la delación de los padres por desvío ideológico o activismo contrarrevolucionario fue una conducta convenientemente construida y auspiciada por los poderes establecidos. El estado es el padre, es la preferencia sobre los comportamientos trasnochados de la familia burguesa, institución que quisieron extinguir, aunque nunca llegaron a conseguirlo. Ya ven, son planteamientos que han estado vigentes en muchos países que finalmente derribaron sus regímenes. Aún queda Corea del Norte, aún queda Cuba y se esfuerza la mitad de Venezuela, aún China mantiene una parte de sus estructuras comunistas -lo dicen mucho estos días en Hong Kong- sí, pero no parece ni la tendencia ni el espejo en los que mirarnos en el futuro.
Es muy compleja la libertad y todos dicen buscarla. Unos quieren aligerar la presión de un estado intromisivo y presente hasta en la intimidad de la crianza de los hijos, otros apuestan por su crecimiento como garante de una sociedad más justa. El estado como poder reequilibrador de desigualdad o injusticias y el estado como absoluto protagonista hiperdimensionado para imponer conductas y hasta pensamientos. Ninguno de estos modelos consigue la perfección, quizá porque la perfección haya que buscarla para acercarse a ella sabedores de que al fin nunca será posible producirla.
La Europa liberal en la que vivimos sólo llega a fluctuar -y temporalmente- en su forma de gobierno hasta la socialdemocracia. Entre ambas ideologías, la liberal-conservadora y la socialdemócrata, han fijado una forma de vida y una sociedad próspera -o muy cerca de ello- que favorece y respeta la autonomía individual muy por encima de todo lo vivido en el tiempo. La tentación de movimientos o partidos de recuperar fórmulas o recetas, claramente superadas por su empírico fracaso y abandonadas por sus protagonistas, no son sino brotes social-políticos que responden a situaciones puntuales indeseadas de carencias, insuficiencias económicas o desempleo, para cuya sutura o resolución no tienen el mínimo músculo. Así lo demuestran la historia y la caída de los muros.
Estos días Isabel Díaz Ayuso ha protagonizado la libertad mientras se la investía como presidenta en nombre de una coalición para gobernar de PP y Cs con los votos de Vox. Frente a ella Ángel Gabilondo entonaba su estribillo también de libertad a lo moderadamente socialista. Errejón cantó a la izquierda más radical sacudiéndose cualquier presunción de atemperación política -algo de lo que fantasearon sus increíbles exégetas-. Serra, por su parte, como la otra pata del mismo movimiento que su ex compañero -ahora en dos partidos, pero tanto da-, tarareó piezas musicales de dudosa calidad arrojando horizontes oscuros de sometimiento y miseria, hoy en franca recesión en todo el mundo. La jornada se jalonó con acusaciones veladas, salpicaduras de inventada corrupción a modo de recurso a falta de votos y lindezas injustificables de la señora Monasterio indicando que venía a limpiar «la ciénaga», que parece que le gustaría encontrar para dar sentido a su propio y prescriptible concurso. Isabel Díaz Ayuso es la presidenta de la Comunidad de Madrid.
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