Secciones
Servicios
Destacamos
De las cosas que más agradeceré a la profesión que ejerzo desde hace más de 25 años es que me haya dado la oportunidad de compartir con Adolfo el último gazpachuelo que preparó en el Balneario. Miren que un cuarto de siglo da para muchos ... buenos y muchos malos momentos. De los primeros, me quedo con el cosquilleo de haber viajado en el metro todavía en fase de pruebas; de haber trepado hasta asomarme a la cubierta de la terminal T3 del aeropuerto, poco antes de que se inaugurara; recorrer la autopista de Las Pedrizas todavía vacía de coches, para cronometrar cuánto se tardaba en subir (no lo digo que la Guardia Civil todavía me multa en diferido). Viajar en la cabina de un tren de alta velocidad, donde los túneles se ven como puntos negros a lo lejos, segundos antes de verte dentro de ellos.
Pero ninguna de esas experiencias, ni muchas otras que por suerte podría enumerar, es tan reconfortante como haber tenido el honor de comer con el maestro y decano de los restauradores malagueños en su último día de trabajo. Y lo es por muchos motivos, pero sobre todo porque le admiro, como profesional, sin duda, pero sobre todo como persona sabia y amante de Málaga. Porque en una sobremesa con Adolfo se habla mucho de cocina, de cocina tradicional de Málaga, de la que hacían las madres y las abuelas que se está perdiendo por la falta de tiempo y de conocimientos. Pero también se habla mucho de esta ciudad, de lo que era y de lo que es; de la evolución del turismo, con sus alardes y sus miserias; del saber gastronómico de los malagueños y las nuevas generaciones de cocineros. Y de la vida, donde se entrelazan conceptos pasados de moda para la corriente de pensamiento imperante (el que gusta de enrasar por abajo); pero que muchos todavía respetamos: esfuerzo, sacrificio, superación, resiliencia ante la frustración, y otras cosas que le enseñan poco a los niños, y así les va luego a demasiados.
Con Adolfo se va un maestro de maestros, el guardián de las esencias del gazpachuelo y de otros platos tradicionales. También, el protagonista de la restauración del Balneario como referente de la vida social malagueña, y uno de sus mayores defensores. Pero, sobre todo, con él se queda huérfana lo que él ha dado en llamar «la escuela», que no es otra cosa que la visión de la hostelería con luces largas, basada en la formación e integración de los nuevos talentos y la solidaridad entre profesionales, que ha sido clave para preservar una forma de comer y de vivir de malagueñas maneras.
Yo sé que está metido en los 82 años y que su familia le necesita, lo comprendo y lo respeto... Pero no puedo evitar decirle una última vez: Adolfo, no te vayas.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.