ÁNGEL RODRÍGUEZ
Domingo, 16 de marzo 2025, 01:00
Una administración pública profesional es, como una sociedad civil robusta o unos medios de comunicación independientes, un elemento esencial de la democracia. Por eso, la ... Constitución distingue claramente entre el Gobierno, que es el órgano que toma las decisiones políticas, y la administración pública, que debe servir con objetividad los intereses generales. Hay por lo tanto que precaverse de la confusión que puede originar en nuestro país el anglicismo que lleva a usar la palabra administración para referirse en realidad al gobierno y que nos puede llevar a decir, por ejemplo, la «administración Rajoy» para referirnos al periodo en el que Mariano Rajoy fue presidente del Gobierno de España, del mismo modo que se habla del tiempo en el que Barack Obama fue presidente de los Estados Unidos como «the Obama administration».
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Ahora bien, tan cierto es que la Administración no es el Gobierno como que es el Gobierno el que la dirige. Y aquí se introduce una delicada línea que exige distinguir entre la dirección política de las administraciones públicas, que la Constitución exige atribuir a los gobiernos respectivos (nacional, autonómico o local), y la implementación de las políticas que cada uno de esos gobiernos decida, que debe atribuirse a una administración cuyos empleados deben cumplir con las directrices establecidas por su gobierno rigiéndose por criterios de profesionalidad, eficacia y con pleno sometimiento a la Ley. La necesidad de preservar esa diferencia es clara: en una democracia, los gobiernos cambian cuando cambia la mayoría, pero las administraciones permanecen. Una administración capaz de ejecutar las decisiones gubernamentales preservando al mismo tiempo su propia independencia al servicio del interés general es una garantía contra la ineficiencia, el despilfarro o el clientelismo que suelen aparecer cuando la lógica partidista invade la actuación administrativa.
La actuación de los políticos que forman parte de los poderes ejecutivos debería contribuir a preservar esa diferencia: nuestro sistema constitucional exige que concejales del equipo de gobierno municipal, consejeros autonómicos o ministros respondan solidariamente de la gestión política de los gobiernos a los que pertenecen. Pero debería evitarse que su implicación adicional en otras tareas ajenas a las responsabilidades de su departamento (como ostentar cargos orgánicos en su partido o ejercer de candidatos o de líderes de la oposición frente a otros gobiernos) o un activismo desaforado en foros o redes sociales oscureciera el hecho de que, al mismo tiempo, encabezan los departamentos en los que se organizan las administraciones públicas que están al servicio de todos los ciudadanos.
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