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El 14 de marzo empezó el reconocimiento oficial de la covid-19 y la entrada en vigor de las medidas gubernamentales para mitigar el contagio del virus que invadió nuestras vidas. Todo este proceso está siendo muy largo y las consecuencias de la incesante toma de decisiones van a ser incalculables y duraderas. La puesta a prueba de nuestra estructura institucional ha hecho estallar muchas costuras. Nuestra Sanidad -siempre a gran altura- ha tenido un comportamiento épico y rayano en lo heroico en el caso de los profesionales sanitarios. Dos carencias, la capacidad para atender una tromba de pacientes en un caso como éste y la revelación del muy insuficiente estocaje de material sanitario de protección para facultativos y pacientes. El auténtico colapso hospitalario que llegamos a vivir junto al altísimo porcentaje de sanitarios contagiados -con un número de fallecidos altísimo- junto al incremento de camas uci y el refuerzo de la atención primaria son el campo inmediato sobre el que hay que trabajar para afrontar el futuro.
Análisis vendrán que tendrán que sopesar si la asunción del mando único con las excepcionales herramientas del estado de alarma no supo aprovechar y disponer suficientemente de la infraestructura sanitaria privada y su notable potencial. Ello, que merece ser estudiado rigurosamente, si se confirma, puede haberse debido a falta de decisión o a alguna otra razón que deberá ser explicada y que, en principio, es difícil de entender.
La frágil memoria negativa del ser humano que, a veces es puro instinto superviviente, no debe hacer mella en la toma de datos y efectos consecuentes para poder rearmar nuestro sistema allá dónde se compruebe necesario para aguantar con mayores garantías lo que quiera que pueda presentársenos. Ello y el nivel de conocimientos y capacidades que se precisa en los dirigentes y gobernantes, no por casualidad se ha puesto de manifiesto que se necesitan los mejores -los más capaces, experimentados, generosos e inteligentes-, una auténtica lección que hemos de tatuar en la piel de las instituciones.
Hoy los economistas pronostican negros horizontes de cara al futuro inmediato. El durísimo confinamiento condenando al desempleo subsiguiente, el cierre de un número incalculable de empresas y la neutralización radical de las principales actividades económico-sociales, dejan muy lejos a esa eufemística «hibernación» a la que se refirieron sus responsables. Tiempo habrá para saber si determinados cerrojazos no han sido nefastos y pudieron amagarse con garantías. Preocupa notablemente la decisión de la obligada cuarentena para quien venga desde el extranjero a nuestro país en vez de imitar a otros de nuestro propio entorno que se han decidido realizar test a todos los turistas. Nos quitan el sueño los planes proteccionistas ajenos que reflejan un posible debilitamiento de nuestra industria automovilística y de otros equipamientos. Alarma la sospechosa actitud de determinados responsables para aprovechar este estado de cosas para acometer reformas ideológicas que alterarían los equilibrios, las normas de convivencia y la libertad. La creciente protesta ciudadana, que no puede ser acallada y menos con dudosos instrumentos, refleja con claridad la desafección y el descontento con un Gobierno cuya acumulación de errores ha superado cualquier excusa. En democracia hay que escuchar.
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