VIOLETA NIEBLA
Lunes, 3 de marzo 2025, 01:00
Hace muchos años, a principios de los dosmiles se puso de moda ver a gente ofreciendo abrazos gratis por las calles. Sostenían un cartel de ... cartón ofreciendo el servicio con ese gesto de amor altruista. Hasta aquí era lo que recordaba, haber visto a alguien en la plaza de la Constitución o calle Larios, calle Granada, pero he tenido que hacer una búsqueda por Internet para descubrir que fue un australiano el que inició este movimiento y lo hizo en 2004 y que dos años después, en 2006, un vídeo suyo ofreciendo abrazos gratis se subió a YouTube y corrió como la pólvora. De repente, aquello que parecía un gesto anecdótico, casi naïf, se multiplicó en plazas de medio mundo.
Publicidad
Yo nunca me acerqué a uno de estos abrazos gratis. Los dejé para la gente que lo necesitaba. Sin juzgar. Quince años después una pandemia mundial acabó con esta campaña social por completo. Durante mucho tiempo, abrazar se volvió un gesto reservado, casi clandestino, y la idea de estrechar a un desconocido pasó de ser entrañable a directamente peligrosa.
Ahora que estamos, más o menos, fuera de peligro, los abrazos gratis podrían volver. Digo todo esto porque soy una persona a la que, de entrada, le cuesta el contacto físico. He estado a punto de escribir que soy arisca por naturaleza, pero no es verdad. Con la gente que quiero, con quienes tengo mucha confianza —o incluso con quienes me despiertan ternura sin demasiada explicación—, simplemente no me nace.
A la hora de saludar a personas que no conozco, me gusta extender la mano, estrecharla y acompañar el movimiento de arriba a abajo con una sonrisa a modo de saludo o presentación. O directamente agitar la mano de lado a lado diciendo hola a la vez que lo digo con los labios, y sonrío. A veces, en momentos de apuro bien porque hay mucha gente o por nerviosismo o por yo qué sé, lanzo besos al aire: me los doy en la palma y los soplo, como si fueran semillas. Todo con tal de no estrechar mi cuerpo contra otro cuerpo. Con tal de no poner mis mejillas contra otras mejillas. No son escrúpulos, es cuestión de tiempo, confianza y algo parecido al amor para poder hacer esto. Hay personas que se saltan todas las barreras y traspasan esa línea como si no existiera. Me he sentido tantísimas veces invadida pero nunca deja de sorprenderme cuando pasa. Supongo que cada quien mide las distancias de una forma distinta. Lo que para unas personas es cercanía, para otras es intromisión. Lo que para alguien es un gesto espontáneo, para otra persona es un asalto. No todas damos el mismo valor a un abrazo ni necesitamos el mismo tiempo para llegar hasta él. Y en ese desajuste vamos viviendo, tanteándonos, acercándonos o retirándonos, aprendiendo —a veces a golpes— que no hay una única manera de estar cerca. Al final, la verdadera generosidad no es ofrecer un abrazo gratis, sino respetar el espacio ajeno.
Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.