La presidenta andaluza, Susana Díaz, en el Parlamento regional poco antes del inicio del debate

No pienses en un elefante

El debate no fue sobre el estado de la comunidad, sino sobre Susana Díaz y sus credenciales para ascender a la política nacional

Lalia González

Jueves, 20 de octubre 2016, 01:01

Todo había sido diseñado para vender estabilidad política en Andalucía. Dos horas y media antes de que comenzara el debate, el portavoz de Ciudadanos, Juan Marín, anunciaba un acuerdo para aprobar los Presupuestos de la Junta. Luego lo rebajó a «principio de acuerdo», quizá por no entregar del todo la cuchara, quizá por miedo escénico ante la relevancia en las noticias, o por el incierto panorama nacional, pero el hecho, matiz arriba o abajo, es que el pacto está prácticamente cerrado y el Gobierno de Susana Díaz se aprestaba a sacar pecho por el hecho insólito de que por segundo año consecutivo, pese a estar en minoría parlamentaria, saca adelante las cuentas públicas autonómicas. Qué diferencia, nada subliminal, con la situación de empantanamiento de la política española, ya por más de 300 días sin gobierno y sin atisbo de Presupuestos Generales del Estado en plazo.

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Además, estaba escrito un largo discurso estructurado en tres bloques claros, que dedicaba la parte mollar a la gestión, a los proyectos para el próximo ejercicio, con un tráfago de millones, cientos y cientos de millones que, de tener tiempo y ganas para sumarlos, me da que serían varios presupuestos, porque algún epígrafe parece que se apunta en diferentes áreas.

Había, teóricamente, una voluntad de estilo de vestir el anual debate sobre el estado de la comunidad con el ropaje de un examen «centrado en Andalucía» y desprendido de connotaciones de política nacional.

Pero todo el mundo sabía que no iba a ser así. Como la famosa teoría de los marcos mentales, que invitaban a no pensar en un elefante, todo remitía al elefante. Hasta esto, la estabilidad, el acuerdo, la gestión, hablaba de lo que en principio no se quería hablar:de Susana Díaz y su futuro;de sus credenciales para aspirar a la primera línea de la política nacional, de los difíciles equilibrios entre las fuerzas políticas, de la gestión de las expectativas de cada uno.

Susana Díaz llega al debate en un momento delicado, necesitada de recomponer su imagen tras los daños del convulso comité federal del PSOE, en el que quedó como la mano que ejecutó el final de Pedro Sánchez, y con la lupa puesta sobre cada una de sus palabras y de sus movimientos para adivinar su futuro, como los higadillos de una oca sagrada.

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Por eso comenzó despejando la mayor y se declaró fan de «la gobernabilidad» sea como sea, es decir de la abstención, aunque ella no haya roto aún el tabú de pronunciar la palabra innombrable. Pero sabe también que debe tener controlado el patio interno. Yno pinta bien aquí, abajo de Despeñapedros, como Teresa Rodríguez, la líder de Podemos, insistió en llamar a la cordillera que separa Andalucía y de donde saltaran las huestes que liquidaron al secretario general socialista.

No son solo los indicadores clásicos, paro-pobreza-rentapercápita, etc. El discurso del bienestar social, de «otro gobierno es posible», de la ausencia de recortes, ha saltado por los aires de manera clamorosa con la manifestación del domingo en Granada, en contra de la política hospitalaria de la Junta.

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La presidenta ha tomado buena nota y no sólo hizo al respecto la única autocrítica, sino que también dio prioridad al bloque de políticas sociales al hablar de su acción de gobierno. Abrió su balance de gestión y de propuestas de futuro con salud, siguió con educación, luego dependencia y asuntos sociales y para cuando llegó a empleo, que es la gran cuestión de todos los debates, habían pasado tres cuartos de hora, más de la mitad del discurso. Después, para cerrar, volvió a reivindicarse:yo soy de izquierdas, esta es la izquierda, y casi la única que gobierna no ya en España, sino en Europa.

Los portavoces de la oposición le entraron al juego, aunque como declaración de principios dijeran que lo que querían, también, era centrarse en Andalucía. En fin, Juanma Moreno, que consiguió poner nerviosa a la presidenta y a sus consejeros en varios momentos de su discurso, terminó por lanzar como hastag #SusanaNOestáenAndalucía que no hacía sino llamar la atención sobre el futuro político de la presidenta, a la vez que daba pie a esa contradicción que siempre se le señala, que un día recrimina a la baronesa que esté a punto de coger el AVE y otro le pide que intervenga en la política nacional. A Moreno además no le interesaba ponerse muy a la contra, en temas cruciales, si a la vez está pidiéndole que propicie el Gobierno de Mariano Rajoy, por mucho que a él, ahora mismo, lo que más le interesaría sería ir a nuevas elecciones y enanchar, presumiblemente, la distancia con el PSOEque logró en junio. Las encuestas, dicen, le daban entre cinco y siete puntos de ventaja.

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Fue agrio e intenso el rifirrafe con Teresa Rodríguez y con Antonio Maíllo y la clave nacional también resultó esencial en ellos. Para el ataque y para las réplicas, faltonas y llenas de lugares comunes, con pocas ideas originales. Así que, si alguien se planteó de buena fe que el debate sobre el estado de la comunidad hablara sobre el estado de la comunidad, por desgracia no lo logró.

«La auténtica verdad no reside en los hechos si es que reside en algún sitio sino en los matices», dice John Le Carré al presentar sus memorias, Volar en círculos. Ylos matices viene a decir, se ponga como se ponga el discurso oficial, que la presidenta de la Junta y secretaria general del PSOE andaluz está en la carrera.

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La prueba del nueve es que en el bar no se hablaba de otra cosa y que entre los asistentes más solicitados estaba María Jesús Serrano, la exconsejera de Medio Ambiente, ahora miembro de la gestora socialista, que lanzaba mensajes de confianza en un acuerdo el domingo para zanjar el espinoso asunto de la, digamos, gobernabilidad, aunque concedía que las complicaciones son muchas, en especial con los socialistas catalanes, y rechazaba la abstención selectiva de once diputados.

Incluso se maneja un calendario, extraoficial por supuesto:el congreso federal socialista será lo más tarde posible, pero no más allá del verano. Susana Díaz no tendrá más remedio que concurrir a la secretaría general. Ya esta vez dar un paso atrás no se ve posible, entre otras cosas porque la baronesa podría aparecer como derrotada en esta guerra en la que ha expuesto tanto.

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Por lo tanto, tras un periodo prudencial, en el que se evidenciaría que es imposible fajarse en rehacer el PSOE, diezmado en más de media España y con los graves problemas internos que se saben; sostener una voz política nacional que gane espacio y hegemonía en el teatro estatal, porque la amenaza de la legislatura corta es real, y por tanto habrá nueva cita con las urnas, Susana Díaz disolverá el Parlamento andaluz y convocará autonómicas para el otoño-invierno de 2017.

Los más acerados críticos de la presidenta consideran que además de todos estos argumentos, a Díaz le interesaría salir de la política regional antes de llevarse algún nuevo batacazo electoral y de que se le agranden las grietas, internas y externas, que se le están abriendo.

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Por todo ello, y por lo que pueda pasar, Juan Marín abrió ayer el baile periodistico, en una puesta en escena nada casual. A buen seguro que su gran aliado Manuel Jiménez Barrios, el vicepresidente, accedió al cederle el anuncio porque así mataba varios pájaros de un tiro:le daba su cuarto de hora de fama, una relevancia que no tendría en el debate, le consagraba como socio también de cara a futuros inestables, le blindaba como conseguidor ante rivales internos. Igual hasta estamos ante los últimos presupuestos de este Gobierno andaluz.

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